Le mando un cordial saludo desde la ciudad de Monterrey. Soy un legionario de Cristo y tuve la oportunidad de conocerle hace unos dos años que usted fue a nuestra casa de Salamanca a darnos una conferencia sobre cómo predicar el mensaje de Jesucristo actualmente. Sepa que me agradó mucho su ponencia y sobre todo el consejo de "contar historias".
Desde hace algunos meses he comenzado a escribir algunos artículos de opinión o de promoción de valores. Quería presentarle algunos para pedirle su consejo y que me diga qué cosas, según usted, debería corregir y mejorar. Me ayudaría mucho el juicio de una persona ya experta en este campo como usted, pues mucho lo he aprendido en la práctica y no he tenido una persona que me haya enseñado a escribir artículos periodísticos y de opinión.
Algunos de mis trabajos los he publicado ya en Análisis y Actualidad y otros en Catholic.net.
Le adjunto algunos archivos con unos trabajos míos, por si tiene tiempo de leerlos un poco y darme su opinión y sugerencias para mejorar.
Le agradezco mucho su atención y su ejemplo de predicación del evangelio de Jesucristo por medio de Hispanidad. Espero no quitarle mucho tiempo. Le animo también a no cansarse en su labor de buscar defender la verdad frente al error, aunque muchas veces parezca que somos vox clamantis in deserto…
Muchas gracias. Afectísimo en Cristo,
H. Jesús David Muñoz, L.C
Benedicto XVI y la Cuba que resistió al exilio de Dios
Eran los primeros días del año 1998. La Habana esperaba con gozo la visita de Juan Pablo II a la isla. Soplaba un viento tenue y la ciudad se agitaba alborozada para recibir al Pontífice.
Dos sacerdotes extranjeros se dirigían al aeropuerto en un taxi de los años 50. Después de unos minutos de recorrido, el chofer comenta tímidamente a sus pasajeros: "Qué hermosa estrella". Los interlocutores miran con curiosidad un discreto adorno navideño que pende de uno de los postes de luz de la calle, sin encontrar mucha belleza en el objeto señalado.
El conductor continuó sin esperar respuesta: "Es la primera vez en muchos años que Fidel permite poner adornos de Navidad en las calles". Siguió un silencio profundo mientras los dos clérigos se miraron con asombro y tristeza.
De nuevo habló el taxista quien empezó a sentirse en confianza: "Cuando yo era pequeño, solíamos cantar algunos villancicos en Navidad".
-Cántenos alguno que se sepa, pidió el sacerdote que estaba sentado a su lado mientras una sonrisa se dibujada en su rostro.
-Los pastores a Belén, corren presurosos. Llevan de tanto correr los zapatos rotos – cantó suavemente mientras su voz se cortaba con el llanto y unas lágrimas solitarias surcaban sus mejillas.
Después de un momento de respetuoso silencio dijo el conductor mientras secaba con resignación sus lágrimas: "Hacía más de 30 años que no cantaba esta canción".
A catorce años de la histórica visita del Papa polaco, que logró distender las relaciones entre el gobierno y la Santa Sede, después de casi cuatro décadas de tensiones, Benedicto XVI pisará tierras cubanas del 26 al 28 de marzo de 2012, como peregrino de la caridad, para confirmar la fe del pueblo cubano.
Cincuenta años más tarde de que el comunismo, enarbolando la bandera de libertad, comenzó a imponer su ideología atea, el Santo Padre viene a encontrar un país en el que la fe, a pesar de tantas adversidades, no ha muerto; un país que experimenta una nueva primavera de la mano de la Virgen.
Esto lo deja ver la respuesta del pueblo cubano ante la procesión por toda la isla de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona nacional, hecho inédito en estos 52 años de revolución socialista. Dicha peregrinación se ha hecho con motivo del IV centenario del hallazgo de la imagen (cf. Radio Vaticana, 05.12.11).
A pesar de que en muchos corazones la fe se ha dormido, llevando a un indiferentismo o apatía religiosa, en muchas de las familias cubanas fueron los abuelos quienes hablaron de Dios desde sus pocos conocimientos a las generaciones siguientes (cf. Agencia Fides 29.02.12)
La Cuba de hoy es el claro ejemplo de que es imposible desarraigar a Dios del corazón del hombre, como pretendía el comunismo, y el testimonio fehaciente del fracaso de aquellos filósofos que pregonaban un "viernes santo especulativo" como la mejor emancipación del hombre moderno.
A Benedicto XVI se le plantea una tarea difícil en esta visita, si bien es consciente de ello: "Como sabemos, en vastas zonas de la tierra la fe corre peligro de apagarse como una llama que ya no encuentra alimento. Estamos ante una profunda crisis de fe, ante una pérdida del sentido religioso, que constituye el mayor desafío para la Iglesia de hoy. Por lo tanto, la renovación de la fe debe ser la prioridad en el compromiso de toda la Iglesia en nuestros días" (Benedicto XVI, A los participantes en la plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, 27.01.12).
El "Año de la fe", convocado por el Pontífice, será sin duda una oportunidad magnífica para saciar esta sed de Dios que sufre desde hace décadas el pueblo cubano y otros muchos habitantes del globo: "Deseo que el Año de la fe contribuya, con la colaboración cordial de todos los miembros del pueblo de Dios, a hacer que Dios esté nuevamente presente en este mundo y a abrir a los hombres el acceso a la fe, a confiar en ese Dios que nos ha amado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado" (ídem).
A pesar de la dificultad de la empresa, esta misión del Papa de confirmar y animar la fe perseverante de todo un pueblo, que todavía hoy continúa esperando el día de su total liberación, es más oportuna y necesaria que nunca; será una misión también en favor de la libertad, de la justicia, que proclama que rechazar a Dios es como negar el aire que respiramos, la verdad que nos hace libres, la razón de nuestra alegría.
Fiódor Dostoyevski refleja magistralmente esta necesidad ineludible que tiene el hombre de Dios. A lo largo de todos estos años, miles de hombres y mujeres han experimentado esta exigencia natural resistiendo a la presión ideológica de quienes quieren desterrar a Dios de la vida humana:
Bajo la tierra hay centenares de hombres con el martillo en la mano. Nosotros viviremos encadenados, privados de libertad, pero, por obra de nuestro dolor, resucitaremos a la alegría, esa alegría sin la que el hombre no puede vivir ni Dios existir, ya que es Él quien nos la da, porque éste es su sublime privilegio […] ¿Cómo podría yo vivir sin Dios en las profundas galerías de las minas? Si echan a Dios de la tierra, nosotros lo encontraremos bajo tierra. El hombre libre no puede pasar sin Dios; el esclavo, menos aún. Nosotros, los hombres subterráneos, haremos ascender desde las entrañas de la tierra un himno trágico al Dios de la alegría. ¡Viva Dios y su alegría divina! ¡Amo a Dios!
Después de este extraño discurso, Mitia jadeaba. Estaba pálido, los labios le temblaban, las lágrimas fluían de sus ojos (Los hermanos Karamazov, Edimat, Madrid 2000, p. 654).
"Vivir sin Dios no es más que un tormento… El hombre no puede vivir sin arrodillarse, nadie podría soportar otra cosa, no habría nadie capaz de sufrirlo" (Fiódor Dostoyevski, Los endemoniados, tomo II, p. 350).
Si Dios muere, el hombre muere con él. Si Dios vive, el hombre encuentra la razón de su verdad, de su paz, de su alegría.