El hombre no es un ser formado por cabeza y corazón sino por corazón y cabeza. Necesita saber quién es y adonde va, pero también necesita sentirse amado. En plata, sentir que le preocupa a alguien. Y no son las ideas las que consuelan, sino las personas… o el mismo Dios hecho Hombre.

Dominique Venner se ha suicidado. Resumirle como un fascista sería tan próximo como inexacto vulgar. Primero, porque era un tío más que inteligente, capaz de reconstruir el fraccionado mucho intelectual moderno, aunque su forma final resultara un tanto contrahecha por las dos tendencias habituales del fascismo: situar el orden por encima de la libertad y pretender que a ese orden se puede llegar a través de un previo caos. Y no olvidamos que un caos es el escenario donde el fuerte se come el débil, aún más que en la tiranía, porque el tirano necesita construir su propia fuerza antes de aplicarla. En el caos no, lo que se impone es la fuerza más primitiva: la fuerza bruta.

Al fascista siempre le ha faltado templanza pero, sobre todo, le suele faltar esperanza. A fin de cuentas, por muchas revoluciones que provoque, ¿qué puedes esperar de un qué Venner (en la imagen) se ha suicidado.

Vuelvo a disculparme otra vez, porque Venner era un pensador profundo y catalogar al prójimo como fascista ha pasado a ser, no una calificación, sino un insulto. Pero la catalogación sigue en pie. Un poner: el señor Cayo Lara, que intelectualmente no le llega a Venner ni a la altura del betún, es un comunista, pero no le gusta que se lo recuerden.

En cualquier caso, ¿qué es el fascismo El fascismo es la deificación de la nación, del espíritu colectivo o, ojo, de un credo de corte panteísta. (Por ejemplo, el actual fanatismo islámico).

Bueno es el patriotismo, y en España nos hace falta con urgencia, pero no podemos pedir al patriotismo más de lo que puede darnos.

No podemos deificar a la nación, porque la nación no es un ente personal y, sobre todo, porque la nación, o la patria, no es Dios y no pueden ni apadrinar ni consolar al hombre.

El fascismo es pagano, porque, al igual que el comunismo, deifica lo que no puede ser deificado, ya se trate de nación raza o clase social. Al final sólo hay dos tipos de herejías: la que deifican al hombre -deifican un quién- o las que deifican un qué. Los deificadores del qué crearon los totalitarismos del siglo XX; los del quién han creado el modernismo que, aunque viene de atrás, es el peligro del siglo XXI. Y sus consecuencias no tienen por qué ser menos crueles.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com