La gente nunca debe olvidar que hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas. Entre las más grandes se hallan las relativas a catástrofes, naturales o causadas por el hombre. Acaba de pasar una semana en que los medios de comunicación se han cebado en los espantosos incendios forestales de Grecia. Cada día subía el total de víctimas y el de hectáreas calcinadas. No es extraño que los incendios que han devastado parte de la península del Peloponeso, de la Antigua Olimpia, de Atenas, de la isla de Eubea y de la región de Thesprotia, se hayan considerado como la peor catástrofe en muchos siglos.

En medio del sofocante humo de decenas de incendios es imposible saber a ciencia cierta el número de muertos o heridos y de bosques abrasados. Pero el ciudadano exige certezas. De ahí que los medios no pueden pronunciar la palabra quizás, tan poco realista. Hay que afirmar con rotundidad.

Las catástrofes son como una bola de nieve, que va agigantándose a medida que desciende por la pendiente. Los enviados especiales tienen que promocionar sus crónicas para salir en el informativo de televisión o ganar la portada del periódico. 

Ante los desastres, brindo algunas reglas para el ciudadano: desconfiar de los datos provenientes de fuentes interesadas; saber que el número de muertos, heridos o hectáreas quemadas que se facilita es, hasta que no se haga el inventario definitivo, sólo una estimación; recelar de exactitudes espurias, inflación manifiesta y de la persistente tendencia de los medios a exagerar y dramatizar.

Cualquiera que sea el poder de los medios de comunicación, cuando se trata de matar gente o incendiar bosques, la imagen y la palabra son en verdad más poderosas que el fuego.

Clemente Ferrer Roselló

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