Aunque parezca extraño, esta renuncia ha sido la que finalmente ha levantado todas las reservas de la Unión Europea al nombramiento de Paul Wolfowitz como nuevo presidente del Banco Mundial. En efecto, para Francia y Alemania, utilizar al BM (que no es otra cosa que la primera ONG mundial) bien para premiar a aquellos países que respeten los derechos humanos, bien para condenar a quienes no lo hacen, supone una interpretación política de la lucha contra la pobreza, por lo que debe ser evitado.
Y es que el que fuera número dos del Pentágono, defendía la invasión de Iraq sólo como un medio para democratizar el Golfo Pérsico, y aún sigue pensando que esa democratización es posible. Sin embargo, la práctica reciente del Banco Mundial consiste en dedicar sus esfuerzos económicos a desarrollo, independientemente de que el Gobierno agraciado con su ayuda sea o no democrático.
Lo cierto es que la Unión Europea no ha hecho sino aprobar un guión previsto. Desde hace dos décadas, el director general del FMI (en la actualidad el español Rodrigo Rato) mientras el Banco Mundial queda para un norteamericano. Un buen retiro de oro para un hombre quemado en la administración Bush. Pero no sólo eso. La UE hace melindres pero ha dejado claro que su aceptación de Wolfowitz debe ir acompañada del visto bueno norteamericano al nombramiento de Pascual Lamy como el próximo presidente de la Organización Mundial de Comercio (OMC), sin duda el organismo internacional con más potencial de crecimiento.
En cualquier, el viraje ideológico ya se ha producid ahora, condicionar la ayuda económica al respeto a los derechos humanos no está bien vist ni en Europa ni en Estado Unidos.