Me lo cuenta un miembro del poder judicial: están llegando chicas a las comisarías y a los juzgados con el siguiente anuncio: "Me han violado". En ocasiones, acusan a desconocidos, a los que han conocido en una discoteca, pero en otra afirman claramente que ha sido su propio novio.

 

Mi interlocutor me advierte que no son una ni dos, sino muchas, las ocasiones en las que los hechos se demuestran falsos. No hubo violación, sino pleno consentimiento y el temor a haberse quedado embarazada lo que les lleva a la denuncia. Con la fotocopia de la misma, en ningún hospital les pondrá pega alguna para aplicarles la píldora abortiva RU-486, dado que si los hechos han ocurrido más de dos días atrás, la píldora post-coital puede no ser suficiente. Hay que emplear droga dura, y desde luego bajo vigilancia, porque la píldora abortiva supone una muy violenta agresión al organismo femenino.

 

Luego, a la hora de instruir diligencias, resulta que la chica confiesa que realmente no fue una violación, entre otras cosas porque contempla en la situación en que puede poner a su noviete, o en que, si no hay nombre propio de por medio, pueden incriminarla a ella. Me comenta mi fuente que son chicas jóvenes, a veces, menores de edad, que los casos empiezan a cundir y que se conocen muy bien los trucos que posibilita una legislación permisiva y una sociedad que no ayuda a la mujer embarazada… salvo que esté dispuesta abortar (y justo hasta que aborte: luego la deja tirada con el feroz síndrome del post-aborto).

 

Es decir, se está repitiendo el mismo caso que denunciaba la jueza decana de Barcelona sobre malos tratos: denuncias falsas para aprovechar los recursos de una ley homicida o para ganar unas ayudas públicas.

 

¿Cabe incriminar a estas chicas, a veces verdaderas adolescentes? Pues, generalmente, los jueces desisten de ello. Además, en el Código Penal no figura la condena a una bofetada. Porque pegar bofetadas está feo, pero en casos como éstos, cabría calificar el asunto como "santa bofetada".

 

En el entretanto, en la mañana del viernes tomaba posesión como embajador de España ante la Santa Sede el ex jefe de los servicios secretos español (CNI), Jorge Dezcallar. Esta idea de Zapatero de enviar al jefe de los espías de embajador al Vaticano es genial, muy apropiada y pertinente. Pero lo cierto es que a Juan Pablo II, que se las tuvo que ver con la policía secreta del comunismo polaco, y con la mismísima KGB, que hasta tuvo el detalle de organizarle un atentado terrorista, los espías le impresionan más bien poco. Así que Dezcallar tuvo que oír las asignaturas pendientes que el Papa atribuye a España, y le recordó aquello de que ninguna política vale nada si no defiende la vida de los no nacidos y la familia natural, formada por hombre y mujer. De paso, le recordó que la asignatura de religión no era cosa de broma.

 

El lunes, será el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quien será recibido por Juan Pablo II. Seguramente, Juan Pablo II no se callará. Entre otras cosas porque si la verdad es una, el bien también. Es decir, que cuando se hacen leyes absurdas, ocurre lo mismo que cuando se ataca a la naturaleza: la naturaleza siempre se venga, la moral, también.

 

Eulogio López