Ignacio Zavala, presidente de la Confederación Española de Religiosos (CONFER), afirma que el matrimonio debería ser opcional para el clero secular. No se sabe el por qué de esa curiosa distinción entre clero secular y regular (el de las parroquias y el de las órdenes religiosas, para entendernos), pero la excusa que se ha buscado don Ignacio es genial: Resulta que Zavala ha leído en el diario El Mundo que existen curas greco católicos casados y entonces se ha hecho la siguiente, seguramente brillante, reflexión: Pues ya está, ¿por qué ellos sí y nosotros no?
Y como las salidas de pata de banca siempre han tenido el don de la inoportunidad, en efecto, se cita el ejemplo (recogido, insisto, no de los Padres de la Iglesia, sino del diario El Mundo, baluarte de la Cristiandad) de una excepción con la que la Iglesia ha tenido que tragar en aras de la unidad, de la misma manera que ahora tiene que 'tragar' para atraer hacia la unidad alrededor del vicario de Cristo a los clérigos anglicanos. Estamos hablando de cismas, que crearon en su día (sea con Cerulario o con Enrique VIII) sangrantes rupturas de la unidad de la Iglesia, y que crearon, a su vez, prácticas, entre ellas las del matrimonio de los sacerdotes, que ahora hay que intentar mitigar como se puede. Los teólogos llevan siglos discutiendo sobre la validez de la ordenación sacerdotal de una iglesia cismática, así como la del resto de los sacramentos, incluido el matrimonio de curas. Y son muchos los que opinan que un sucesor de los apóstoles legitima, al menos en origen, esos sacramentos. Y por todo esto, como excepciones a la norma, surgen estos 'enjuagues', que pretenden salvar los muebles.
Pues bien, el ilustre representante de los religiosos españoles, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, organiza una regata de traineras, más bien un sopapo a la doctrina eclesial en el momento más inoportuno, justo cuando Juan Pablo II multiplica los actos a favor de la unidad de los cristianos.
Y es que don Ignacio ha entendido lo de la unidad, justamente al revés: quiere que Roma cambie para acercarse a los hermanos separados, en lugar de que los muy fraternos separados se acerquen al tronco originario. Lo suyo no es un problema de teología, sino de geografía.
Por cierto, cierto medio informativo califica a don Ignacio Zavala (quien pronunció su propuesta no en la discreta conversación con algún obispo, sino en una rueda de prensa, no sé si me entienden) como el presidente de los 15.000 frailes y las 50.000 monjas españoles.
Bueno no, mira, no es exactamente así. Esto de la secularización, o proceso de atontamiento eclesial colectivo, lleva a emplear terminología política en el ámbito religioso. No, mira: Zavala manda (y no mucho) sobre los clérigos de su orden, los marianistas. Lo de la CONFER, al igual que los de la Conferencia Episcopal Española (CEE), es un órgano colegiado, que en términos políticos calificaríamos como consultivo y no ejecutivo. El único ejecutivo que existe en la Iglesia es el Obispo, y por encima de todos ellos el Obispo de Roma. Y en las órdenes religiosas lo mismo: el que manda es el superior de la orden y en comunión con el Papado y el Episcopado. Zavala no es el presidente de los religiosos españoles como el señor Emilio Botín es el presidente del Santander Central Hispano, o como el señor Aznar manda en el Gobierno. Ni mucho menos, oiga usted.
La verdad es que Zavala ha resultado especialmente inoportuno. Suprimamos el celibato clerical (¿se imaginan? Ya es suficiente carga el estado clerical como para encima sumarle el matrimonial; estos curas progres deben estar locos), uno de los tres votos clásicos. Lo malo es que los otros dos, pobreza y obediencia, tampoco están como para tirar cohetes. Un ejemplo, los marianistas: les ha ido tan bien como editores y como empresarios en la enseñanza que se han olvidado de predicar. Suele ocurrir.
Insistamos en el razonamiento chestertoniano: figúrense si la Iglesia Católica es divina que la sección española de esa Iglesia es capaz de soportar el fardo de la CONFER. Divina, se lo digo yo, y asistida, 365 días al año, 24 horas al día, no ya por el Espíritu Santo, sino por las tres personas de la Santísima Trinidad y un coro de arcángeles anexo. Otras crisis de la Iglesia (sí, la Iglesia está en crisis, como siempre, por falta de fe) se han caracterizado por un derrumbe del clero secular, mientras las órdenes religiosas permanecían fieles al Magisterio y cubrían los huecos (los escándalos) de los curas diocesanos. En la crisis actual ocurre justamente lo contrario. Los frailes se dedican a incordiar y el clero secular a confesar.
Pero en las declaraciones de Zavala es más importante el cuándo que el qué. No lo digo por él, pero parece que algunos clérigos empiezan a desesperarse a medida que se alarga la agonía de Juan Pablo II. Una agonía, dicho sea de paso, tan magistral (de maestro) como todo su Papado. Vamos, que todos aquellos que ya tenían preparadas sus armas para el cisma post-Juan Pablo II se sienten algo frustrados. Existe esa sensación latente de que después del Papa más santo y más sabio que Dios ha regalado a su Iglesia, van a pasar muchas cosas. Razones muy sencillas: las tonterías que dicen algunos clérigos. O lo que es peor, las tonterías que callan. Callan porque esperan a la muerte de Juan Pablo II, pero el atleta de Dios se niega a morir... y algunos pierden la paciencia.
Eulogio López
Ignacio Zavala, presidente de la Confederación Española de Religiosos (CONFER), afirma que el matrimonio debería ser opcional para el clero secular. No se sabe el por qué de esa curiosa distinción entre clero secular y regular (el de las parroquias y el de las órdenes religiosas, para entendernos), pero la excusa que se ha buscado don Ignacio es genial: Resulta que Zavala ha leído en el diario El Mundo que existen curas greco católicos casados y entonces se ha hecho la siguiente, seguramente brillante, reflexión: Pues ya está, ¿por qué ellos sí y nosotros no?
Y como las salidas de pata de banca siempre han tenido el don de la inoportunidad, en efecto, se cita el ejemplo (recogido, insisto, no de los Padres de la Iglesia, sino del diario El Mundo, baluarte de la Cristiandad) de una excepción con la que la Iglesia ha tenido que tragar en aras de la unidad, de la misma manera que ahora tiene que 'tragar' para atraer hacia la unidad alrededor del vicario de Cristo a los clérigos anglicanos. Estamos hablando de cismas, que crearon en su día (sea con Cerulario o con Enrique VIII) sangrantes rupturas de la unidad de la Iglesia, y que crearon, a su vez, prácticas, entre ellas las del matrimonio de los sacerdotes, que ahora hay que intentar mitigar como se puede. Los teólogos llevan siglos discutiendo sobre la validez de la ordenación sacerdotal de una iglesia cismática, así como la del resto de los sacramentos, incluido el matrimonio de curas. Y son muchos los que opinan que un sucesor de los apóstoles legitima, al menos en origen, esos sacramentos. Y por todo esto, como excepciones a la norma, surgen estos 'enjuagues', que pretenden salvar los muebles.
Pues bien, el ilustre representante de los religiosos españoles, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, organiza una regata de traineras, más bien un sopapo a la doctrina eclesial en el momento más inoportuno, justo cuando Juan Pablo II multiplica los actos a favor de la unidad de los cristianos.
Y es que don Ignacio ha entendido lo de la unidad, justamente al revés: quiere que Roma cambie para acercarse a los hermanos separados, en lugar de que los muy fraternos separados se acerquen al tronco originario. Lo suyo no es un problema de teología, sino de geografía.
Por cierto, cierto medio informativo califica a don Ignacio Zavala (quien pronunció su propuesta no en la discreta conversación con algún obispo, sino en una rueda de prensa, no sé si me entienden) como el presidente de los 15.000 frailes y las 50.000 monjas españoles.
Bueno no, mira, no es exactamente así. Esto de la secularización, o proceso de atontamiento eclesial colectivo, lleva a emplear terminología política en el ámbito religioso. No, mira: Zavala manda (y no mucho) sobre los clérigos de su orden, los marianistas. Lo de la CONFER, al igual que los de la Conferencia Episcopal Española (CEE), es un órgano colegiado, que en términos políticos calificaríamos como consultivo y no ejecutivo. El único ejecutivo que existe en la Iglesia es el Obispo, y por encima de todos ellos el Obispo de Roma. Y en las órdenes religiosas lo mismo: el que manda es el superior de la orden y en comunión con el Papado y el Episcopado. Zavala no es el presidente de los religiosos españoles como el señor Emilio Botín es el presidente del Santander Central Hispano, o como el señor Aznar manda en el Gobierno. Ni mucho menos, oiga usted.
La verdad es que Zavala ha resultado especialmente inoportuno. Suprimamos el celibato clerical (¿se imaginan? Ya es suficiente carga el estado clerical como para encima sumarle el matrimonial; estos curas progres deben estar locos), uno de los tres votos clásicos. Lo malo es que los otros dos, pobreza y obediencia, tampoco están como para tirar cohetes. Un ejemplo, los marianistas: les ha ido tan bien como editores y como empresarios en la enseñanza que se han olvidado de predicar. Suele ocurrir.
Insistamos en el razonamiento chestertoniano: figúrense si la Iglesia Católica es divina que la sección española de esa Iglesia es capaz de soportar el fardo de la CONFER. Divina, se lo digo yo, y asistida, 365 días al año, 24 horas al día, no ya por el Espíritu Santo, sino por las tres personas de la Santísima Trinidad y un coro de arcángeles anexo. Otras crisis de la Iglesia (sí, la Iglesia está en crisis, como siempre, por falta de fe) se han caracterizado por un derrumbe del clero secular, mientras las órdenes religiosas permanecían fieles al Magisterio y cubrían los huecos (los escándalos) de los curas diocesanos. En la crisis actual ocurre justamente lo contrario. Los frailes se dedican a incordiar y el clero secular a confesar.
Pero en las declaraciones de Zavala es más importante el cuándo que el qué. No lo digo por él, pero parece que algunos clérigos empiezan a desesperarse a medida que se alarga la agonía de Juan Pablo II. Una agonía, dicho sea de paso, tan magistral (de maestro) como todo su Papado. Vamos, que todos aquellos que ya tenían preparadas sus armas para el cisma post-Juan Pablo II se sienten algo frustrados. Existe esa sensación latente de que después del Papa más santo y más sabio que Dios ha regalado a su Iglesia, van a pasar muchas cosas. Razones muy sencillas: las tonterías que dicen algunos clérigos. O lo que es peor, las tonterías que callan. Callan porque esperan a la muerte de Juan Pablo II, pero el atleta de Dios se niega a morir... y algunos pierden la paciencia.
Eulogio López