Conchita, una de las videntes de Garabandal, repetía siempre que en Lourdes la Virgen estuvo pero en Fátima está. Como servidor no es vidente sino periodista canalla y de la peor estofa se conforma con quedar tan impresionado con el viaje de Benedicto XVI a Portugal como el resto de los corresponsales de prensa, gente con malas ideas y mucho veneno y que han decretado lo siguiente: habrá un antes y un después de Fátima. Yo también lo creo. Hasta el momento, habíamos descubierto que Benedicto XVI era un teólogo y que el filósofo, el intelectual, el frío, era Juan Pablo II. Con él esperábamos de tratados y nos sale un Papa que habla de amor, un alemán apocalíptico, que, con todos mis respetos es algo así como un madridista en Las Ramblas. Los vaticanólogos, pobrecillos, fallan más que una escopeta de feria.

Pero es que ahora, encima, el teólogo se nos ha vuelto místico. Y un punto milenarista, que es lo que procede ser cuando se entra en otro milenio y hasta en otro quinquenio. Conviene leer con detenimiento todas las crónicas de la mejor agencia mundial de noticias religiosas, Zenit (www.zenit.org). La frase más reseñada de un viaje plagado de proposiciones para la historia, no se refiere a ningún asunto polémico, como la pederastia clerical, sino al llamado tercer secreto de Fátima. Ojo al dato: La profecía de Fátima no está cerrada. Afirmación que Benedicto XVI ha formulado el pasado el 13 de mayo, el día de las apariciones, tal y como mandan los cánones.

Al parecer, en Fátima, la Señora no sólo anunció el atentado contra Juan Pablo II sino la pasión que espera a la Iglesia en un mundo remiso a la conversión. Porque al final, lo que menos importa es el calendario de la historia, el cuándo, lo que importa es el qué. En definitiva, Santa María visitó Fátima, como otros lugares (el siglo XX ha sido el siglo de las apariciones marianas), no para explicarnos cuándo van a suceder las cosas sino para empujarnos con urgencia hacia la conversión porque el tiempo se acaba. Lo de menos es cuándo se acabe para la humanidad; cuando debemos rendir cuentas. Nuestro fin del mundo es nuestra muerte.

Y aquí viene el segundo mensaje. Zenit lo explica así: El mismo Benedicto XVI reconoció en su famosa rueda de prensa en el avión que en el  texto del tercer secreto de Fátima se ve la necesidad de una pasión de la Iglesia, que naturalmente se refleja en la persona del Papa".

Mensaje que llega ligado a un tercero. El genial director de Zenit, Jesús Colina, vuelve a hablar: El jueves, en su encuentro con los obispos portugueses, Joseph Ratzinger presentó así su misión a la luz de Fátima: el Papa necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad".

Resumiendo: todavía estamos en el tiempo de la misericordia de Dios, el lapso que nos queda para la conversión, pero luego llegará el tiempo de la justicia, el Día de la Ira, ante el que hasta los ángeles tiemblan. La frase no es mía porque es muy buena, corresponde a Santa Faustina Kowalska.

Sí, Benedicto XVI ha asombrado el mundo: no ha concluido la era de la tribulación incluso parece predecir que se va a acentuar. A la Iglesia le van a zurrar por todos los lados, pero el problema no está fuera sino dentro: es la Iglesia la que debe arrepentirse, cambiar su actitud. Vamos que el mundo tiene que convertirse y la Iglesia reconvertirse. Y, al parecer, con sentido de urgencia.

Una sorpresa, este Papa. Desarma a sus enemigos y cambia a las personas al menos a las que quieren mejorar- sin hacer ruido. El día después ha comenzado en Portugal.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com