La actual campaña contra la Iglesia resulta muy curiosa, porque no se sabe a quién se está acusando, ni cómo ni por qué. Sin embargo, la conclusión era, al parecer, obvia: la Iglesia oculta maldades inconfesables -aunque no sepamos cuáles-, el Papa está peleado con su secretario de Estado, Tarsicio Bertone -aunque no sepamos por qué- hay un mafioso enterrado en una Iglesia -aunque no sabemos con qué propósito-, etc., etc., etc.
Pero como el asunto parecía no cuajar, y como lo de la pederastia no da para más, ni hemos conseguido descubrirle un hijo secreto a Benedicto XVI hay que centrarse en el banco vaticano, el IOR, que por ser banco -aunque no funciona como tal- hace creíble cualquier contradiós (no, contradiós no es una irreverencia sino "cualquier acción absurda o vituperable"- dado que Dios es lo contrario del absurdo y de lo vituperable). Por el momento no se ha encontrado nada ni tan siquiera cuentas de Bill Clinton en la ONU –¡desesperante!- pero estamos en ello.
Dicho esto, ¿no sería conveniente liquidar el IOR? Es verdad que un organismo con trazas bancarias resulta muy útil para gestionar los necesarios flujos financieros del Vaticano -por otra parte, mucho patrimonio y muy poca liquidez- pero lo mejor sería, no reformar el IOR sino sencillamente anularlo. Y al frente de las finanzas vaticanas yo pondría a un franciscano, no a ningún banquero especializado. A ser posible un franciscano santo, que no todos lo son, como bien sabe San Francisco. De esa forma, el Vaticano perdería mucho dinero pero es que a la Iglesia perder dinero no debería importarle demasiado.
Eulogio López
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