Pero hombre, don Pascual, sosiéguese. Si nadie alberga la menor duda: todos sabemos que el Tribunal Constitucional es un conjunto de jueces nombrados por los políticos y fieles al nominador. Es indubitable. Por eso, sus sentencias son tan predecibles y tan alineadas con los intereses del que manda.
No se quiere decir con ello, don Pascual, que los jueces obedezcan al Gobierno. Tan sólo que existe una exquisita identidad de pareceres e interpretaciones entre nominador y nominadores. Recupere su carné la tersura original y relájese su espíritu.
Ahora bien, lo previsible aburre así que, sólo por esa razón, desde este modesta y siempre respetuosa tribuna, nos atrevemos a solicitar la desaparición del Tribunal Constitucional y su sustitución por el Supremo, que es el mismo tribunal que, en otros predios, se ocupa de lo que ahora se ocupa el TC.
Eso que nos ahorraríamos porque las instituciones, como los funcionarios, nacen y crecen pero nunca mueren: tienen poca vida.
Pero la reforma en busca de una administración de justicia más independiente no debería terminar con la eliminación del Tribunal Constitucional: es preciso reducir la cúpula y democratizar la base en dos líneas: reducir el todopoderoso papel que en España tiene la Fiscalía y que con Cándido Conde-Pumpido -el fiscal de Zapatero- ha alcanzado cotas de sumisión al Ejecutivo no vistas en todo el periodo democrático, ir hacia la justicia popular. La justicia popular tiene, a su vez, dos vías: potenciar el jurado y potenciar la elección de jueces por los ciudadanos.
Mientras tanto, señor Sala, calma y sosiego.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com