Da comienzo esta semana que tradicionalmente el pueblo cristiano denomina santa. Las cofradías anhelan con impaciencia este momento en el que se produce una emotiva eclosión de la religiosidad y piedad popular con manifestaciones de arte, cultura, y las tradiciones ancestrales en cada uno de los rincones de nuestra geografía.
De forma especial se vive en todos los pueblos y ciudades de Andalucía, y en el resto de las regiones como expresión de la variedad y riqueza, y de la peculiar idiosincrasia de las gentes, alcanzando una intensa belleza de formas y coloridos.
Habría que destacar las procesiones de los pasos o tronos con las imágenes de la Virgen y el Cristo, mecidos al son de las bandas de música, junto con el olor del incienso y el humo de las velas. Todo se mezcla con el aroma del azahar primaveral del naranjo, que escenifica un espectáculo sin igual de contemplación silenciosa, emocionante compasión, y deseos de reparación ante la abarrotada multitud atónita que acompaña con fe el Misterio: la Pasión, Muerte, y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Los Evangelios nos relatan con precisión este hecho histórico, con toda la crudeza y realidad, que revivimos de nuevo, ante el derroche de generosidad de Dios en nuestra Redención, que no puede dejarnos indiferentes. Se corre el riesgo de limitar estas conmemoraciones a lo puramente folklórico y externo, y que no calen en la hondura y profundidad de estas verdades de fe, de tal forma que quiebre la coherencia de vida y no tenga incidencia práctica en nuestra jornada.
Porque la Cruz es la identidad del cristiano, y la tenemos presente al aceptar con alegría la enfermedad y el sufrimiento; al trabajar con constancia, orden, e intensidad; al empeñarnos para mejorar nuestro carácter, atajando la soberbia, el odio, y la envidia; al esforzarnos por hacer la vida más agradable a los demás, sobre todo en la convivencia familiar; al responder con paciencia y deportividad ante la incomprensión y la injusticia, devolviendo bien por mal.
Puede ayudarnos en nuestra vida la reciente reflexión del Papa Francisco que entiende su ministerio indisolublemente unido a la Cruz, y que su único poder es servir a los demás como Cristo que muere en la Cruz.
Javier Pereda Pereda