Digo que valoro más la belleza que la inteligencia porque la inteligencia no sé lo que es. Me ocurre lo mismo que a San Agustín con el tiempo: "Si me preguntan lo que es, no lo se; si no me lo preguntan lo sé". Tener fama de inteligente, certificado de brillantez, es eso, tener fama, pero la fama no dura mucho. Personalmente, no tengo ni la menor idea de lo que diferencia al tonto del listo, salvo que los segundo suena mucho mejor que lo primero.
Sin embargo todos coincidimos a la hora de señalar lo bello. No hagan caso de los amantes del feísmo. El feísmo no es más que morbo, es decir, incapacidad para valorar la belleza, no para reconocerla. Y tampoco puede hablar de distintas experiencias con la belleza porque la belleza es una rosa que se mira sin tocar.
Claro que hay consenso sobre lo bello, aun en el caso de que odiemos lo bello o a la bella por su procacidad, su engreimiento o ambas cosas a la vez. Pero no lo hay sobre la inteligencia ni sobre la brillantez. No sabemos si es más inteligente el análisis o la síntesis. El pensamiento inductivo está de moda, pero muchos pensadores han considerado que el pensamiento inductivo no es pensamiento en modo alguno. ¿Qué es inteligencia?: ¿memoria o lógica? Y luego está lo de la inteligencia emocional, un concepto que parece más bello que inteligente.
Decididamente, me parece más importante la belleza que la inteligencia. Además, el mismo pensamiento imperante, la progresía, que todo lo fía a la inteligencia, acaba decidiendo que la verdad no existe, dado que nada es verdad y nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira, verdadero dogma de nuestro tiempo. Entonces, si la inteligencia no sirve para alcanzar la certeza, dado que la verdad no existe o resulta inalcanzable, ¿para qué preocuparse de si uno es corto o inteligente, sabio o necio? Decididamente, me quedo con la belleza, aunque en mi caso lo tengo difícil.
¿Y la bondad? ¡Ay amigo!, eso ya son palabras mayores. Y la bondad es aún más objetiva, más inequívoca, que la belleza. He visto rostros hermosísimos de expresión congelada o crispada pero nadie duda de su armonía y de su atractivo. En cualquier caso, la prelación es ésta: bondad, belleza e inteligencia. Al menos, las dos primeras podemos definirlas.
Eulogio López
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