Puede sonar un tanto buitresco, porque Adolfo Suárez fue el hombre que pilotó junto a Juan Carlos I- el paso de la dictadura a la democracia, durante el trascendental periodo 1976-1981. Pero lo cierto es que José Luis Rodríguez Zapatero ha dado orden de organizar un funeral de Estado para Adolfo Suárez, convaleciente de una larguísima enfermedad, enfermo terminal y recluido en su casa desde tiempo atrás. Decía san Agustín que los funerales no se hacían para los muertos, sino para los vivos, y eso es lo que pretende Zapatero, un hombre convencido de que lo suyo es otro mundo, y que otro mundo bien merece otro régimen, incluida la III República entre las alternativas posibles.

Pero sin ir tan lejos, resulta más sospechoso que los desvelos del Presidente del Gobierno por la figura de su antecesor, a la que nunca destinó reflexión alguna, utilizar unas honras fúnebres y el protocolo público como una forma de ganar para su causa la figura de Adolfo Suárez como me comentaba un próximo del ex presidente-. En el universo zapateril, Suárez, aunque procedente del Movimiento, es un personaje a distinguir, es el hombre que trajo la democracia a España, derecha moderna, que le dicen. Algo muy conveniente en el principal empeño político del actual presidente: aislar al Partido Popular, que es el único que puede arrebatarle el cargo.

De cualquier forma, sorprenden estas prevenciones ante la muerte. Este mismo artículo será criticado por muchos que alegarán que no se debe hablar de la muerte de una persona antes de que se produzca el acontecimiento. Es verdad que toda la sociedad actual parece hecha para ocultar lo inocultable: la muerte. Los moribundos están rodeados de familiares que mienten, amigos que mienten, médicos que mienten, enfermeras que mienten. La misma palabra muerte está proscrita, a pesar de que es algo tan natural como la vida. Y no nos confundamos: el actual miedo a la parca no es síntoma una sociedad alegre, sino de un mundo atormentado. Lo explicaré con palabras de Chesterton: El viejo santo cristiano animaba a la gente a arrepentirse sin perder la esperanza. El nuevo sabio pagano le anima a alegrarse sin esperanza alguna. La frivolidad de los pesimistas, de los escépticos y de los decadentes conecta la alegría con la piedad por el procedimiento de librarse de ambas cosas.

Eulogio López