Ante todo, hay que aclarar a nuestros amigos hispanos que el País Vasco, del que tanto oyen hablar en los medios informativos, es una pequeña región de España cuya población supera, y no por mucho, los 2 millones de habitantes. Pretenden hacerse con Navarra, más que nada porque es mucho más grande que toda Euskadi junta, pero que cuenta con poco más de 600.000 almas. Esto en un país como España, 42 millones de habitantes integrado en una Unión Europea que cuenta con unos 500 millones se ciudadanos.

Tienen razón: los demás también nos preguntamos por qué un espacio tan diminuto se convierte en el centro de atención político e informativo. Ni el terrorismo justifica esta apasionada obsesión con un territorio que ya no se llama ni país, ni región ni comunidad autónoma: desde hace años se le conoce como el problema vasco, o en el lenguaje del talante zapaterista la cuestión territorial.

La única explicación es que vivimos en el mundo del pensamiento débil, donde las identidades han sustituido a la ideas. Dado que no tenemos ideas, nos aferramos a nuestras identidades, y, por comodidad, a esas identidades las convertimos en cuestiones académicas, para lo que se precisa un ismo: el nacionalismo.

Pues bien, el domingo hay elecciones en Euskadi. Lo de menos es el paripé habitual sobre el carácter proetarra de Batasuna, de los nuevos partidos paralelos a Batasuna (dirigidos siempre por mujeres feísimas, circunstancia ésta que constituye para mí un misteri ¿Por qué las abertzales son tan feas y los abertzales tienen ese aire de no haberse lavado durante la última semana? Pero esto no es importante, claro). Todo el mundo sabe que el Partido Comunista de las Tierras Vascas (PCTV) es tan de Batasuna como Arnaldo Otegi, y todo el mundo sabe que el nacionalismo violento es uno de los últimos reductos estalinistas que existen en Europa. Y también, todos sabemos que el nacionalismo democrático sigue el viejo lema de Arzallus. Unos menean el nogal y otros, justamente los demócratas, recogen las nueces.

Los nacionalistas vasco son como vedettes: su principal aspiración es convertirse en el foco detención. Así que lo que hay que hacer con los nacionalismos vascos es no convertirles en estrellas de nada. Pero Zapatero no lo sabe, porque para Zapatero el enemigo no es el nacionalismo vaco o catalán, el único enemigo es el Partido Popular. Y no el de ahora, sino el de antes, el de José María Aznar. Insisto, en las escuelas de psicología debería explicarse esta Aznarfobia tan curiosa, ilógica e incomprensible, desde el sentido común castizo que se acoge al viejo refrán: A enemigo que huye, puente de plata.

El Presidente del Gobierno español sólo tiene dureza para Aznar, un ex, e intenta una y otra vez aproximarse al nacionalismo. Ciertamente hay que hacerlo, pero no conviene jugar con fuego. En una reciente entrevista concedida al diario El Correo, el de mayor circulación en Euskadi, Zapatero, ejerciendo de Mr. Bean, hilvanó toda una serie de conceptos alrededor de la palabra referéndum. En cuanto oyen el término referéndum, los nacionalistas se dan por aludidos, y para ellos sólo hay un referéndum: el de autodeterminación.

Ahora bien, los referenda soberanistas tienen dos problemas. El primero es que cuatro noes no valen lo que un sí, que se convierte en irreversible. En segundo lugar, el problema del nacionalismo es que reduce la cuestión del Estado de derecho al derecho del Estado, para ser exactos, a sus límites. Dicho de otra forma; si Euskadi forma parte de España desde la fundación misma de España, ¿quién debe votar en una consulta popular de autodeterminación, los vascos o todos los españoles? Por eso el derecho de autodeterminación anda de capa caída en el mundo desde mediados del pasado siglo. Los nacionalistas dicen que sólo deben votar los vascos. Los navarros dicen que no quieren que los vascos voten sobre su anexión a Euskadi, y muchos españoles dicen que ellos también quieren votar dado que Vascongadas es tan suya como cualquier otra parte de España, incluida su tierra chica. Por eso, Zapatero ha hecho mal en dejarse llevar por su obsesión anti-Aznar y mencionar el concepto maldito.

Y a todo esto, el separatismo vasco ¿es preocupante o no? Lo es para un político, desde luego, porque moviliza muchos votos. Es más, en Moncloa predican a los periodistas afines que Zapatero se mantendrá en el poder si logra que no se desmande la cuestión territorial, por lo que la política económica ha pasado a un segundo plano. Las elecciones se ganan, dicen los chicos de Miguel Barroso, el estratega de comunicación de Zapatero, con la cuestión social (ya saben, el caca-culo-pedo-pis de la progresía, el divorcio-aborto, gays-eutanasia) y con la cuestión territorial, dos cuestiones para las que no se precisan técnicos ni especialistas, sino pocos escrúpulos y mucha componenda. La vivienda, la demografía o la economía, que no molesten.

Pues bien, en lo social, lo preocupante del PNV o de Eusko Alkartasuna, o de Batasuna, no es que pretendan la independencia de Euskadi, sino que todo el nacionalismo vasco está con la cultura de la muerte, sea en forma de terrorismo, de aborto (PNV y EA son abortistas sin remedio) o de cualquier otra forma de degradación personal.

Y esto es mucho más grave que la tontuna de la autodeterminación, una cuestión a la que no hay que prestarle demasiada atención porque lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Eulogio López