Sr. Director:

En la misma madrugada del 15-M, tras conocerse la rotunda victoria del PSOE andaluz en las elecciones autonómicas, Manuel Chaves comparecía en rueda de prensa con la boca rebosante de la palabra diálogo.

Esta misma cantinela la entonaría también el nuevo presidente del Gobierno español, persona de exquisito talante y sonrisa pese a coincidir en nombre y apellido con un cantante de apodo felino.

No obstante las anteriores promesas, a los pocos días se comenzó a difundir que las primeras reformas que abordarían serían la supresión de la asignatura de Religión (asignatura solicitada por un 82% de padres españoles, según el último sondeo) y otras medidas que mantienen preocupadísima a la mayoría de españoles, como son el matrimonio entre personas de conducta homosexual (que ya no pueden aguantar más y casi se lo van a hacer encima) y la ampliación del aborto (una muestra de solidaridad con los más indefensos). 

Como no es admisible creer que mientan de forma tan descarada unos políticos que cuentan con el respaldo mayoritario del pueblo, sólo cabe pensar que cuando hablan de diálogo debe existir algún tipo de discordancia entre el sentido de esta palabra y el del lenguaje común; discordancia que debiéramos subsanar cuanto antes encargándole a la Real Academia de la Lengua la elaboración de un diccionario político que nos ayude a interpretarlos correctamente. Aunque a lo peor, no es la Academia de la Lengua la que debe ocuparse de este asunto, sino que hay que crear una Academia de alguna otra víscera u órgano corporal, muy diferente a la lengua.  

Miguel Ángel Loma

 

MALOMA@teleline.es