Rectifico. Yo empleaba el término "teofobia", pero lo voy a abandonar. El escritor y articulista Juan Manuel de Prada, alejado del Parnaso debido a su imperdonable defecto del sentido común, prefiere utilizar el término "cristofobia", como resumen de la sociedad española actual (y me temo que no sólo española). Sin duda, un concepto mucho más acertado que el mío. Lo que está ocurriendo en Europa no es teofobia, sino cristofobia. Por ejemplo, Alá es muy respetado en Occidente, al igual que otros maestros morales como Buda, Confucio o el mismo Zoroastro. No, al único que se odia es a Cristo. Por tanto, lo que existe es cristofobia.
El nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuyo credo consiste en "un ansia infinita de paz, amor al bien y mejoramiento social de los humildes", ha comenzado su andadura con firmeza (y diálogo que conste). Nos ha explicado, tras ser investido presidente del Gobierno, que "lo mejor está por venir". Este alarde de modestia (no hay que confundir, Zapatero es humilde, pero no modesto) comienza por donde era pensable imaginar en esta España lacia: matrimonios gays y destripamiento de embriones. Eso es lo primero. El resto puede esperar.
Esta situación está perfectamente descrita en el gran artículo de Federico Jiménez Losantos (FJL), publicado el viernes 16, en las páginas de El Mundo. Dice FJL que el discurso de investidura de Zapatero tuvo mucho de masón. Sobre todo cuando habla de que Mr. Bean se enredó en "bobadas intransitivas sobre la cultura, como si fuera una, y laicismo, mucho laicismo".
Y así fue, en efecto. Durante toda la jornada del jueves 15 y las primera horas del viernes 16, el Congreso español pareció una consulta de la Seguridad Social. Cada vez que un representante nacionalista subía al estrado, su discurso podría resumirse así: "Y de lo mío, ¿qué?". Dado que se supone que es el Parlamento español y que los allí presentes, independientemente de la circunscripción por la que se presenten, nos representan a todos los españoles, no se entiende ese "boinardismo". Para representar a los vascos en exclusiva está el Parlamento vasco, y lo mismo ocurre con las otras 16 comunidades autónomas.
Pues bien, sólo hubo eso: paletismo y cristofobia disfrazada de España laica. Precisamente eso, "una España laica" es lo que pide Zapatero. Es lógico. Es el lenguaje del diario El País que es quien marca las ideas, los objetivos, los tiempos y los ritmos del nuevo Ejecutivo, como marcó al Felipismo. Lo de la España laica es terminología polanquil. Los chicos de Prisa han llegado a hablar de "padres laicos", supongo que en la sospecha de que existen padres curas. Pero el portavoz de los independentistas catalanes, Joan Puigcercós, lo dejó más clarito: "La religión debe reducirse al ámbito de la estricta privacidad". Eso es laicismo y eso es cristofobia. Habría que insistir en que la libetad religiosa no es permtiir el ejercicio privado, íntimo de la fe: eso ningún Gobierno, ni tan siquiera Carod Rovira, puede evitarlo. Ni ahora ni nunca. La libertad religiosa alude a la libertad para manifestar mis ideas en público. Libertad religosa es libertad de culto, es libertad para vestir hábito talar, es libertad para hacer catequesis, apostolado y proselitismo, es libertad para santiguarse en la Gran Vía madrileña o en la Diagonal catalana si me sale de las narices, es libertad para editar, para educar en cristiano, para decir misa, para practicar tu fe como te venga en gana.
Y si no, pues no es libertad. El laicismo es una tiranía como otra cualquiera, es la tiranía favorita de El País, de ERC, de Zapatero y de todos los cristófobos.
Mal empiezan las cosas.
Eulogio López