Sr. Director:
A la hora de poner etiquetas nos las pintamos solos. La última que he leído es la que califica a los jóvenes como "la generación perdida".

 

No sé en base a qué se tacha de esta manera a nuestros jóvenes. Desde luego fácil no lo tienen, con un 46% de paro juvenil, y unas perspectivas de trabajo, poco halagüeñas para el futuro, podemos imaginar que no se sientan muy ilusionados. Esta situación resulta más grave si tenemos en cuenta que un porcentaje elevado, han dedicado mucho esfuerzo y tiempo en complementar su formación académica, con cursillos, máster, idiomas, que le han dado una buena formación técnica, aunque en muchos casos exenta de valores, que les capacita para competir con los jóvenes de otros países de igual a igual. La emigración, en busca de un trabajo, como ocurrió en los años 50, ya no se hace por una mano de obra sin cualificación, ahora emigran buenos profesionales que ante la situación del mercado de trabajo en España, no les queda más solución que buscar una salida profesional  fuera de su tierra.

Lo lamentable, independiente de las cuestiones afectivas, que las hay, es la cantidad de recursos económicos que se han empleado para que al final, la salida que les quede sea la emigración y que no podamos aprovechar sus capacidades.

Es una generación más que perdida, frustrada, en sus anhelos y en sus ilusiones, a cuya situación ha contribuido: los poderes públicos que, no supieron o no quisieron poner los medios oportunos en el momento necesario, el afán desmedido de dinero, a cualquier precio, la instrumentalización de las personas… en definitiva a la falta de principios morales y de valores.

Pero si difícil es para estos jóvenes, lo es más para el 30%, sin cualificación. Lo más llamativo es que las soluciones que se ponen en marcha, son más de lo mismo. Pero esto es "harina de otro costal".

Fernando Villar Molina