Fuerte con el débil y débil con el fuerte. El presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero ha decidido culminar su gira iberoamericana con una bronca al presidente colombiano Álvaro Uribe. En primer lugar, le puso como ejemplo la colaboración franco-española contra el terrorismo de ETA, cuando la guerrilla marxista colombiana, verdadera mafia de delincuentes que se dedican al narcotráfico y el secuestro, utiliza la Venezuela de Hugo Chávez como refugio frente al Ejército colombiano que les persigue. El incidente fronterizo de dos meses atrás, cuando tropas colombianas penetraron en el santuario de la guerrilla terrorista en Venezuela, no fue más que la gota que colmó el vaso de la paciencia de Uribe.
En segundo lugar, Zapatero, tras venderle fragatas y aviones al ejército del semi-dictador Chávez, y volver a fastidiar a Estados Unidos, cada vez más preocupado por el resurgir de las tiranías, ahora indigenistas, en el mundo hispanoamericano, ha tenido a bien amonestar a Uribe, advirtiéndole que, contra el terrorismo, sólo se debe luchar con métodos democráticos. Nadie puede negar ese aserto, pero sorprenden esas declaraciones ante un presidente y un país acogotado por una guerrilla salvaje que controla un tercio de la población, el mismo gobierno que ha hecho todos los esfuerzos y alguno más por disolver a los paramilitares de extrema derecha (en especial las llamadas Autodefensa Unidas de Colombia, AUC), pero que no ha obtenido más que desplantes de la guerrilla de extrema izquierda, en especial de las FARC, verdadero estado tiránico dentro del estado democrático colombiano.
Y eso que Uribe se situaría en lo que en Europa llamaríamos centro izquierda. Chávez, por el contrario, no es más que un golpista populista de tendencias indigenistas (un remedo de Marx y Bolívar, sin haber leído a ninguno de ambos) y castristas.