Una música extraña irrumpe sobre un primer plano de flores vistosas. Anticipa una tragedia: un árbol gigantesco ha caído sobre la calzada e interrumpe el tráfico de una populosa ciudad. Se apelotonan coches, sin poder circular. Muy pronto se desatan los nervios y surgen las primeras disputas. Los más pacíficos se limitan a esperar.
En un instante, un niño baja del autobús escolar con su cartera a la espalda. Está diluviando y el suelo está enfangado, pero él no ve la lluvia, ni el barro, ni el inmenso tamaño del árbol. Sólo ve que interrumpe el paso del autobús en que viajan los niños, y que si no lo aparta, no podrán acudir al colegio. Así que deja su cartera en el suelo, y empapado, empuja con sus manitas sobre la corteza del árbol.
Todos los adultos observan asombrados, resguardados en sus casas o en sus coches. Son gentes de muy diversas culturas y edades, pero todos coinciden en que no van a mover un músculo por una tarea que no les incumbe. Algunos miran con curiosidad, otros con ironía o desdén. Sin palabras, el niño les está dando una gran lección. Les está diciendo: "Nunca quitéis el hombro en lo que afecta a todos, nunca os deis por vencidos, nunca permanezcáis pasivos, porque entre todos lo conseguiremos".
El niño persiste en su empeño, aparentemente inútil. Pero entonces se opera el portento. Porque el ejemplo es muy poderoso. Otro joven, que está a su lado, retira el casco de la moto y se pone a empujar. Después viene otro, y otro, y otro. Ya son más de diez los niños que empujan. Y todos están inmensamente felices, unidos en la solidaridad.
Podemos apreciar hasta dónde llega la fuerza de un niño: arrastra a los mayores, hace pensar a los endurecidos por el egoísmo, y hasta es capaz de cambiar los corazones. La música crece, y ahora son todos los mayores los que se suman a esa iniciativa de unos niños. Y el árbol se mueve, el obstáculo es superado por la fuerza de todos.
Haciéndonos niños, podremos remover todas las crisis y todos los obstáculos que se interpongan en nuestras vidas.
Clemente Ferrer