Sr. Director:

El 14 de abril de 1931  fue proclamada en España la II República. Dos meses y pico más tarde, exactamente el 29 de junio del mismo año, en la ladera del monte de Ezkioga, una típica aldea vasca, dos niños aseguraron que se les había aparecido la Virgen María.

A finales de 1931, aproximadamente un millón de personas había ido a Ezkioga para escuchar el relato de los niños, así como los de unos cien supuestos videntes más, algunos de ellos jóvenes que habían asegurado tener visiones de la Virgen María y de algunos santos.

La mayor parte de las apariciones sucedían por la noche, cosa que indujo a ciertos periodistas a tacharlas de supervivencia pagana del culto a la luna de los antiguos vascones, primeros habitantes de las provincias vascas antes de la conquista romana.

Los hechos de Ezkioga pueden entenderse en el contexto de la reacción de la Iglesia Católica ante las amenazas del modernismo y el liberalismo. Los liberales españoles provenían de las ciudades, islas de impiedad en un piélago de devoción rural.

Mucha gente de los pueblos marchaba a las ciudades porque allí encontraban, en las fábricas, mejores condiciones económicas de vida.

La Iglesia fue, poco a poco, perdiendo importancia en las vidas de quienes se iban a las ciudades, a la vez que el clima anticlerical iba ganando terreno por parte de los demagogos republicanos y socialistas, que habían aprendido de Marx que la religión es el opio del pueblo.

La alienación de las ciudades frente a la Iglesia explica, en parte, que ésta apoyara a los videntes rurales y sus santuarios.

En 1858, la campesina Bernardette Soubirous tuvo unas apariciones de la Virgen Inmaculada en Lourdes (Francia). Y, en 1900, las curaciones milagrosas de Lourdes se habían convertido en el gran nuevo argumento para creer y perseverar en la fe católica.

En  1917,  en Fátima  (Portugal), la  Santísima Virgen se apareció a tres sencillos pastores exhortándoles a la oración y diciendo a Lucía que ella sería la encargada de invitar a todos a la conversión y a extender la consagración al Inmaculado Corazón de María. Lourdes prosperó con beneplácito de la Iglesia y también Fátima.

En 1931 los peregrinos llegaban a Ezkioga en autobuses atestados o eran trasladados allí en los coches de los devotos.

El primer gran impulsor de las apariciones de Ezkioga fue el cura de la localidad, don Antonio Amundarain.

¿Por qué había de ser mentira lo que los dos niños vascos contaban respecto a las visiones marianas que aseguraban tener? 

El renacer religioso de la España de finales del siglo XIX estuvo apadrinado por los conservadores, que veían en él una fuerza capaz de apuntalar el orden social.

No debemos olvidar que en 1891 el Papa León XIII publicó  la primera encíclica social de los tiempos modernos: "Rerum Novarum", en la que pedía soluciones cristianas a los conflictos de la sociedad industrial, sindicatos obreros libres y un salario justo para los trabajadores. 

La relación entre nacionalismo vasco y religiosidad rural era muy fuerte. La mayoría de los supuestos videntes de Ezkioga eran vasco-parlantes.

El regionalismo fue, en sus orígenes, católico y conservador y, continuó siéndolo hasta los años 1920.

Los devotos catalanes que peregrinaban a Ezkioga provenían,  en buena medida,  de Terrassa,  donde el conflicto entre trabajadores y patronos era especialmente violento.

Entretanto, la niña Benita Aguirre (de 9 años)  y el herrero José Garmendia convencieron a García Gascón de que la Virgen María había dado un mensaje que debía transmitir a una importante figura de la zona.

Garmendia fue llevado ante el presidente de la Generalitat de Catalunya, Francesc Masià, quien apoyó la construcción de una capilla en Ezkioga.

El Cielo hablaba cuando España pasó a ser una República en 1931 y el rey Alfonso XIII marchó a su exilio romano.

La mayoría de los políticos republicanos miraban a la Iglesia con ojos críticos, entre ellos Manuel Azaña, elegido presidente del gobierno republicano tras pronunciar un enérgico discurso sobre cuestiones religiosas durante los debates parlamentarios en torno al proyecto constitucional, el cual excluía a los clérigos de toda función civil. 

El gobierno de la República ordenó retirar los crucifijos de los colegios: fue algo que consternó a los devotos, como también la prohibición de procesiones y toques de campanas por parte de los gobernadores civiles de municipios republicanos.

En mayo de 1931, de Madrid a Andalucía, ardieron numerosos conventos e iglesias a manos de activistas pro-republicanos en un estallido de lo que Ortega y Gasset denominó  "una regresión al fetichismo anticlerical de la democracia mediterránea". El gobierno provisional de la República apenas hizo nada para impedirlo.

Fue en esta época, en este ambiente, en el año 1931 cuando tuvieron lugar los acontecimientos de Ezkioga: aquellos niños y niñas no hacían ni podían hacer propaganda política, pero sí llamaban a los oyentes a la conversión y al arrepentimiento si querían que España no fuera barrida por una catástrofe inminente.

Amundarain sostenía que la política era "muy secundaria a la religión" y a la salvación de las almas. Sin embargo, llegado 1931, religión y política se habían hecho inseparables en toda España.

En realidad, el orden social que pretendía la República quedó trastocado por los videntes, que pedían volver a Dios, a la oración, a los sacramentos, a las buenas costumbres cristianas y religiosas. 

Para noviembre de 1931 el mundo exterior parecía haberse vuelto en contra de Ezkioga, porque sin la bendición oficial de las Autoridades de la Iglesia los videntes de Ezkioga no podían sobrevivir.

Y así como la Iglesia reconoció los acontecimientos sobrenaturales de Lourdes y de Fátima, no reconoció los de Ezkioga.

A finales de junio de 1932, con aprobación de las autoridades diocesanas, el jesuita José Antonio Laburu pronunció unas conferencias sobre el "contagio mental" de las visiones de Ezkioga y negó su carácter sobrenatural. 

En septiembre de 1932, el Obispo de Vitoria prohibió a los videntes ir al lugar de las apariciones.

Entonces, en 1936 comenzó la guerra civil española, que no acabó hasta 1939.

¿Por qué miles de devotos habían aceptado aquellas apariciones y visiones marianas como manifestaciones sobrenaturales?

La Iglesia, finalmente, no reconoció como venidas del Cielo las apariciones de Ezkioga, y la población se convirtió en escenario de la tragedia personal de los videntes y de los que habían creído en ellos. A  pesar de todo, todavía algunos creyentes sinceros mantuvieron su devoción, aunque en privado.

Benita, por ejemplo, prefirió el contacto directo con Dios y con la Virgen antes que tener que asistir a los actos organizados por los sacerdotes. Para otros, era mejor olvidarlo todo porque el asunto resultaba incómodo. Sólo un pequeño resto continuó creyendo en las visiones y mensajes de la Santísima Virgen.

Años más tarde, desde 1961 hasta 1965, en la aldea cántabra de Garabandal, cuatro niñas de entre 11 y 12 años recibieron las visitas de la  Virgen María del Monte Carmelo, quien les anunció un Aviso, un gran Milagro y un Castigo si no nos arrepentimos de nuestros pecados y nos convertimos a Dios. 

El  Papa Pablo VI, al conocer los hechos de Garabandal dijo: "Es la historia más hermosa de la humanidad desde el Nacimiento de Cristo. Es como la segunda Vida de la Santísima Virgen en la tierra y no hay palabras para agradecerlo"

También el Papa Juan Pablo II mostró su aprecio y devoción por las visiones y mensajes de Garabandal y animó a los devotos a dar a conocer los mensajes que la Virgen transmitió a las niñas.

La  Madre del Señor no cesa de repetirnos:

"Haced lo que mi Hijo Jesús os diga"  (Jn.  2, 1 y ss.)   

Y el Señor nos dice:

"Amaos los unos a los otros como Yo os he amado"

(Jn. 15, 9 y ss.)>