Cristina Fernández de Kirchner (en la imagen), presidenta de Argentina, es una persona singular. Un pelín ególatra, se dedica a bordear la ley una y otra vez. Por ejemplo, ahora le ha dado por obligar a todos los canales, utilizando una legislación de emergencia, a conectarse con Presidencia, justo en el momento en que ella, la señora de la Casa Rosada, pretende comunicarse con su pueblo adorado. O sea, cuando le sale de las narices.

No puede presentarse a las ya próximas elecciones generales (primarias en agosto, generales y legislativas en octubre) dado que la normativa -bendita normativa- le obliga a descansar una legislatura tras haber estado dos. Precisamente, para burlar esa norma, su esposo, Néstor Kirchner, le cedió el puesto de la misma manera que ella pretende ahora cedérselo a su hijo Máximo Kirchner, a quien no ha educado como un perfecto caballero. En principio, parece que Máximo quiere empezar por ser diputado pero no deja de resultar curioso que en países nacidos republicanos, como Estados Unidos, con los Clinton o los Bush, o en Argentina con los Kirchner, se están creando dinastías, que es la base de la monarquía.

El respeto de doña Cristina por la propiedad privada y la seguridad jurídica (acuérdense del robo de YPF) y por sus adversarios políticos es ninguno. Ahora bien, al mismo tiempo, siempre ha vetado el aborto en la Argentina, lo cual es de agradecer, y, además, asegura una renta a toda mujer que tenga un hijo. Pequeño, sí, de apenas 50 euros mensuales, pero con carácter general. Si leen las condiciones verán que se otorga con mayor profusión que los 100 euros mensuales en España, sólo para mujeres trabajadoras, y que, además, muchas mujeres de países vecinos más pobres -como Bolivia o Paraguay- aprovechan para dar a luz en Argentina y que sus hijos tengan derecho a esa ayuda pública.

Al mismo tiempo, Fernández de Kirchner ha mejorado las jubilaciones y las subvenciones de productos de primera necesidad.

¿Me gusta doña Cristina? Evidentemente no y los argentinos saldrán ganando con su marcha. Ahora bien, hay que reconocer que pertenece a esa serie de personajes hispanoamericanos, transversales, que en Europa no comprenden pero que en España deberíamos entender. Por ejemplo, en materia de defensa de la vida nos ganan.

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