Ahora que está de moda pasear por el fango a Rodrigo Rato (en la imagen), tengo que insistir: Rato no fue en Bankia ningún chorizo. Rato no robó. Lo que le perdió al ex director del FMI fue pretender ser un gran banquero de la noche a la mañana. Es decir, su ambición o, si lo prefieren, su vanidad. Es imposible fusionar siete cajas de ahorros en tiempo record sin hacer chapuzas.
Fuentes del equipo Goiri insten en esta tesis. Hubo mucha precipitación. En 11 días se unificaron siete contabilidades. O sea, una chapuza. Luego el equipo Rato contaba con un año -el que otorga la ley- para arreglar los desajustes contables tras una integración (aquí hablamos de siete integraciones). Pero resulta que salieron a bolsa con las cuentas a medio hacer. Ojo, no necesariamente en su favor. Porque, insisto, no había dolo, lo que había era el espíritu chapucero propio de las prisas.
Y también influyeron los dos decretos Guindos sobre nueva variación de las carteras de activos. Y no eran malos decretos, ciertamente. Ahora bien, todo ese conglomerado de cosas precipitó que Bankia saliera a bolsa por un precio y enseguida se despeñara, como, por cierto, se despeñaron todas las cotizaciones bancarias durante la crisis que comenzara en 2007 (sí, en 2007, no en 2008).
Pero lo que no se puede hacer es jugar con el honor de las personas… por muy poderosas que hayan sido. Rato no es un ladrón. Aunque todo el universo político, la inefable Rosa Díez, los perjudicados por cualquier decisión de Bankia y los jueces vengadores, así se empeñen en contarlo.
Y, por cierto, no hubo conjura política pro-Rato. El ex vicepresidente va a la mega-fusión en época de Zapatero y con Zapatero Bankia sale a bolsa.
Hispanidad
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