Ejemplo: resulta políticamente correcto -o sea, progresista- decir que el diablo no existe o cualquier representación del mismo. Después ya hay burla.
También es políticamente correcto el maniqueísmo: pensar que, si el diablo existe, es de tal naturaleza que se permite echarle pulsos a Dios, a pesar de que Dios es quien ha creado al hombre… y al diablo.
Y sobre todo, es políticamente correcto pensar que los rusos, con sus infiltraciones y sus hackers, pueden cambiar los resultados de unas elecciones en un país ubicado al otro lado del Pacífico, o al otro lado del Atlántico, según se mire. Curiosamente el país más tecnológico del mundo y la gran potencia global.
Eso sólo se consigue mediante un pucherazo, que no es el caso tratándose de USA. Eso no se lo traga ni El País, abanderado de la tesis, para quien el pérfido Putin ha convencido a millones de norteamericanos a través de la manipulación de redes, algo que no está en las manos de Vladimir… qué más quisiera él.
No vivimos en la época de la conspiración sino del consenso. Es decir, en la época en que los líderes no crean opinión sino que auscultan cuál es la opinión mayoritaria y se ponen a la cabeza de la manifestación. Las noticias falsas salen del consenso social, no de la conspiración rusa.