Barack Obama sabe que las guerras siempre las gana la infantería. Pero se niega a enviar tropas para combatir al Estado islámico en tierra. Es más, se niega también a que la OTAN envíe tropas de tierra para proteger a todas las víctimas de EI, la gran cochinada contemporánea.
Es más, Obama se lleva tan bien con los ayatolás iraníes que ha aprovechado para que sean los iraníes quienes le hagan el trabajo: el enemigo chií contra los sunitas de origen suní. Pero cuidado, el problema no es ni el chiísmo ni el sunismo: el problema es el islam, un credo que lleva en sí mismo el germen de la violencia. Cuidado con los aliados. No se trata de que Netanyahu se cabree: se trata de que el Estado islámico es islámico, como lo es Arabia Saudí… O Persia.
En cualquier caso, resulta que Obama necesita un nuevo enemigo. Como no se atreve directamente con los islámicos, o con Vladimir Putin o con los chinos, ha decidido que el nuevo enemigo a batir por los norteamericanos es Venezuela.
Y Venezuela es la clave de la intervención a distancia del Banca Privada de Andorra. Los norteamericanos han exigido a los gobiernos de Andorra y de España (Banco de Madrid, filial de BPA) que intervengan, no contra el crimen organizado chino o ruso -eso era para despistar-, sino chavista.
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