No no se precipite. Posiblemente la ministra de Sanidad, Mónica García, ni tan siquiera sepa quién fue María Soledad Torres Acosta, aquella mujer del siglo XIX, en pleno barrio madrileño de Chamberí, que se tomó en serio lo de acompañar a los enfermos, sobre todo a los ancianos, en su propio domicilio para cuidarles y para sanar la enfermedad más grave de nuestro tiempo: la depresión, hija de la soledad.

Las "ministras de los enfermos" recorrían la calles del Madrid del siglo XIX, para atender a los enfermos en sus casas. Ahora la ministra Mónica García lanza los ambulatorios a domicilio, con personal de la Seguridad Social, todos ellos muy vocacionales. 

Así, los ancianos que no puedan trasladarse hasta el centro de salud recibirán algún tipo de atención médica. Al menos, la más primaria. 

Ya dudo un poco más de que el personal de la Seguridad Social sepa, al mismo tiempo, curar la soledad, algo que sólo se consigue poniéndose los zapatos del enfermo. Pero es lo de menos: el caso es que doña Mónica está imitando a doña Soledad Torres Acosta. Posiblemente no hablará nunca de ella, pero la está imitando. Esto no deja de resultar extraordinariamente consolador.