Desayunos de RTVE, lunes 22 de noviembre. El conductor pregunta a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, si va a aceptar la propuesta de Rocío Monasterio, de Vox, para derogar las leyes LGTB, dictadas por su antecesora Cristina Cifuentes.
La respuesta de Ayuso es que no, pero, a renglón seguido, la presidenta madrileña explica de forma muy clara que los padres, y no el colegio, deben ser quienes decidan el tipo de educación que reciben sus hijos y que no puede ser que cualquiera aparezca por los colegios para decir a los niños cómo tienen que comportarse.
Recuerden que las dos normas pro-LGTB de Cifuentes respaldaban e indirectamente financiaban a los grupos LGTB que les explicaban a los menores en los colegios madrileños cuestiones de homosexualidad, con permiso o no de sus pares. Es más, cuando el director del colegio Juan Pablo II de Alcorcón se negó a aceptar a los grupos LGTB, Cristina Cifuentes le llevó a la Fiscalía.
Son las mismas leyes que hicieron exclamar a una niña menor de edad, al regresar a su casa:
-Mamá, ¿yo soy un niño o una niña?
Pues bien, Ayuso argumenta a la perfección en favor del derecho a la libertad de enseñanza de los padres. Es más, recuerda que las leyes de Cifuentes, no estaban mal pensadas cuando se programaron casualmente, pero que "se fueron escorando hacia la izquierda durante su tramitación parlamentaria"... y se cargaron la libertad de enseñanza... e hiceron un daño profundo.
Y sin embargo, miren por dónde, doña Isabel no derogará ni una de las dos normas de doña Cristina.
¿Y entonces? ¿De qué sirve argumentar bien y actuar mal... o no actuar?