Este mundo aturdido no deja de sorprenderme. Amnistía Internacional (AI) ha realizado su informe sobre la pena de muerte en el mundo. Gran escándalo del entrevistador porque las ejecuciones aumentaron el pasado año hasta completar 580 personas a las que se aplicó, en todo el mundo, la pena capital. Se llevan la palma de las salvajadas Arabia Saudí e Irán.
Es más, AI aclara que no se recogen cifras de los ejecutados en China (más de 1.000 por año), Corea o Vietnam, muy adictos a la cosa, porque no ofrecen datos oficiales. Entre los que sí los ofrecen, Arabia Saudí e Irán, los dos países islámicos, cabezas del sunismo y chiísmo se llevan la palma.
Y esto es muy triste ciertamente. No me gusta la pena de muerte. El catecismo de San Juan Pablo II ya advertía que sólo debe aplicarse cuando la sociedad no tiene otra posibilidad de defensa sobre su enemigo que la eliminación del mismo. Francisco dio un paso más y directamente prohibió para un católico la pena capital.
Bien hecho. Ahora bien, ¿nos rasgamos las vestiduras por 580 muertos al año cuando ejecutamos, también en el conjunto del mundo, a 73 millones de niños no nacidos en el aborto? Ojo, y estos inocentes e indefensos, ningún mal han hecho. A la pena de muerte le llamamos homicidio inadmisible y al aborto derecho humano.