Los fabricantes de armas están felices. Con un mundo en guerra el crecimiento del sector puede ser exponencial. El Bazar de las Armas aumenta sus existencias.

Hay que medir las exportaciones porque la producción de armas para la propia defensa está, en mi opinión justificada.

Pues bien, Estados Unidos es el primer exportador mundial, con el 40% de la venta de armas en ese bazar mundial. Más del doble que la pérfida Rusia, que, a su vez, es seguida de cerca por otra democracia occidental, Francia, a la que aún no alcanza ni la tenebrosa China.

Y España no está como para tirar coches. Exporta casi tantas armas como Reino Unido, siendo un país más pequeño y sin armamento nuclear.

Ahora bien, las armas que más daño hacen son las pequeñas: fusiles ametralladores, porque los misiles no se tiran todos los días y porque en los mil y un conflictos del mundo actual apenas intervienen los cazas, las fragatas y los portaviones, ni tan siquiera los tanques, sino las armas de mano. Sobre éstas, además, existe mucho menos control que sobre las grandes, que tampoco hay mucho.

En suma, la industria armamentista goza de buena salud. Aquellas compañías del sector presentes en bolsa no dejan de subir su cotización.

El Bazar de las Armas agota sus existencias y solicita, ansioso, una mayor producción. Quizás sea el momento de que Naciones Unidas, en lugar de dedicarse a eliminar a los no nacidos y a emitir las más solemnes sandeces, cuando no bestialidades sexuales, se dedique a servir de foro en el que reducir las armas, tanto las de tecnología más avanzada como las de mano. 

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Esa reducción no traerá por sí sola, como piensan los pacifistas lelos, menos violencia al mundo. No son las armas las que matan, es el hombre. Para matar, el hombre se puede servir de muchos instrumentos aparentemente inanes. Pero, al menos, se replanteará algo parecido al ya casi desaparecido acuerdo sobre limitación de armas nucleares estratégicas entre la antigua URSS y Estados Unidos. 

Urgen, por otra parte, unas nuevas leyes de guerra. O mejor, no unas nuevas leyes de guerra sino que se vuelvan a aplicar las viejas leyes para conflicto bélicos, que la guerra también tiene normas. Ya saben: las armas sirven para defenderse, no para atacar, debe haber proporcionalidad en el uso de armamento y la diplomacia no puede utilizarse para la amenaza. 

Pero me temo que don Antonio Guterres, otra alma buena, igual que su amigo Pedro Sánchez, está preocupado por otros menesteres más urgentes. Mismamente: el cambio climático.

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