Durante todo el fin de semana pasado los telediarios abrieron con la ola de calor que nos invade y abruma. Ningún canal de TV ha conseguido todavía la imagen de un ciudadano convertido en huevo frito sobre el asfalto pero los montajes virtuales al respecto ya vuelan y, no lo duden, en el mundo del Metaverso, la realidad imita a los memes. Y esto es bello e instructivo... y consuetudinario porque el prejuicio siempre llega antes del juicio.
La verdad es que como ya hemos dicho en Hispanidad, hemos pasado un año de lo más natural: marzo ventoso y abril lluvioso han traído a mayo florido y hermoso y, ya entrado el mes de junio, lo mejor es que no llueva demasiado: el agua por San Juan, quita vino y no da pan.
El hombre no desertiza la naturaleza. Todo lo contrario, la fertiliza. Al menos, en la sociedad cristiana
Hace calor sí, ¿y qué? Esto no es el apocalipsis. No sufrimos calentamiento global sino calentamiento mental, que nos agobia mucho más porque vivimos en permanente prejuicio, permanentemente agobiados ya antes de que salga el sol.
Y luego los medios animan nuestra histeria con todo un conjunto de posibilidades, todas ellas de dimensión sísmica, que pueden provocar las altas temperaturas. Por cierto, son hipótesis contradictorias: si una acontece es porque la otra es imposible, ambas al mismo tiempo, nunca jamás.
Pero esto es lo bueno de las hipótesis agoreras: en la práctica no pueden cumplirse al mismo tiempo pero en teoría se pueden sufrir todas ellas a un tiempo con idéntico pavor y conseguir una masa cretinizada, que dice mi amigo Juan Manuel de Prada... y aterrorizada.
Mire usted: el calor no está en el termómetro, está en nuestras cabezas.
Naturalmente: la segunda tesis del mariachi eco-progre es que de este apocalipsis climático sólo hay un culpable: el hombre: ¡No, si te parece va a ser elefante!
Por supuesto que el hombre, como único ser racional sobre el planeta, es el culpable de todo lo bueno y todo lo malo. El resto de seres sigue su instinto y el choque de instintos siempre lleva al equilibrio... generalmente porque el fuerte, o lo fuerte, generalmente de forma cruenta, elimina al débil y a lo superfluo.
Sólo el hombre puede actuar mal... y bien, sólo el hombre puede destruir el planeta... o salvarlo. Decir que es culpable es una tautología, es solemnizar lo obvio, es pronunciar una solemne memez.
El norte de África era el granero del imperio romano. Cuando llegaron los mahometanos, el Sahara avanzó hasta el Mediterráneo
¡Ah!, y al calentamiento global se une siempre la desertización, otro instrumento para introducir el terrorismo climático. El desierto avanza, claman en Telecinco y Atresmedia. Es lo que podríamos llamar el Síndrome del Sáhara: recuerden que el Magreb fue en su día el granero del Imperio romano: trigo, vid y olivo. ¿Qué ocurrió? Pues que llegó, no la industria depredadora, sino que llegaron los musulmanes perezosos, poco amigos de doblar el lomo, como exige la agricultura. Introdujeron el pastoreo de la cabra, como mucho de la oveja, más bien depredadores del terreno, sobre todo la primera, y abandonaron la agricultura o la redujeron a mínimos. Consecuencia: el Sáhara avanzó hasta el mismísimo mediterráneo.
Que no, que el hombre no desertiza la naturaleza sino que la fertiliza. Al menos, en la sociedad cristiana.
¿Que España se está convirtiendo en un erial? Pues vamos a reforestar España. Ya verán cómo lo verde avanza y, con lo verde, las lluvias. Ya verán cómo detenemos al desierto, ya verán cómo España vuelve a ser un vergel.
Pero, por favor, dejen de dar el coñazo con el calentamiento global.
El calor no está en tu termómetro, está en tu cabeza. Libérate.