Sr. Director:
El santo irlandés, fundador de monasterios en Francia, Suiza e Italia, habló por primera vez de "toda Europa".
El Papa Juan Pablo II lanzó a Europa el grito valiente de "sé tú misma", invitándola a recuperar sus raíces esencialmente cristianas. Uno de esos grandes hombres que contribuyeron a forjar esa Europa cristiana, que últimamente reniega de sus raíces, fue el monje irlandés San Columbano de Luxeuil, de quien este año se cumplen 1.400 años de su muerte. Desplegó una intensa labor misionera para evangelizar lo que él, por primera vez, llamó "toda Europa" -totius Europae-, fundando monasterios en Francia, Suiza e Italia.
San Columbano nació en la localidad irlandesa de Navan, en la región occidental de Leinster, hacia el 540, y es heredero de la tradición monacal irlandesa, cuya semilla plantó San Patricio. De la verde Erin saldrían ejércitos de monjes irlandeses dispuestos a cristianizar, con bastante éxito por cierto, el centro y norte de Europa. Nuestro santo fue uno de esos pioneros.
Fue hombre de extraordinaria vitalidad, energía y fuerzas sobre humanas. Esa naturaleza le impulsaba a dejarse llevar por las tentaciones de la carne. Cuenta la tradición, que queriendo evitar esas tentaciones, buscó el consejo de una virgen, que tenía fama de santidad, quien le aconsejó que huyera.
Y eso hizo, con el bagaje de una sólida formación cristiana, y tras su paso por el monasterio de Bangor, dio el salto al continente, con doce compañeros, para cristianizar a los bárbaros.
En el reino de los francos, donde causaron sensación por su aspecto, con el pelo largo cayendo sobre los hombros, un bordón en la mano y atados a la espalda su bien más preciado, sus libros litúrgicos, tenían el campo abonado para su misión, en unas tierras donde el espíritu religioso había entrado en franca decadencia.
Atrás había quedado la religiosidad de hacía un siglo, en tiempos de Clodoveo. Las invasiones de pueblos extranjeros y la negligencia de algunos pastores habían sido factores decisivos.
San Columbano llega, pues, en un momento propicio, fundando en seguida el monasterio de Luxeuil. Tras éste siguió otro medio centenar de cenobios, erigidos bajo su influjo y repartidos por todo el continente, que fueron no sólo centros de cristianización y culturales, sino también de revitalización de los campos. Gran parte de las Galias -las Ardenas, Flandes, el bajo Sena, la Champagne…-, hasta entonces incultas, conocieron una nueva época de esplendor. San Columbano, puso además las bases de numerosas poblaciones y ciudades, dando así uno de los frutos más provechosos de la civilización cristiana.
Su etapa en el reino de los francos concluyó por sus diferencias con el rey Teuderico, al que afeaba su vida disoluta, siendo deportado a Irlanda, en el año 610. Sin embargo, vientos contrarios desviaron su barco, tras lo cual, terminó en Metz, y de ahí pasó a la vecina Suiza, en una región poblada entonces mayoritariamente por alemanes.
Se estableció en Tuggen, junto al lago de Zurich, junto con monjes del monasterio fundacional de Luxeuil, incluido uno de sus acólitos más aventajados, Gallo, que terminaría alcanzando también la santidad. Allí, su exceso de celo le granjeó el rechazo de los habitantes, viéndose obligado a trasladarse, esta vez a la región de la actual Bregenz, donde fundó un monasterio, en el que se distinguió Gallo, por lo que con el tiempo se conocería como Sant Gallen, y que alcanzaría gran notoriedad.
Entretanto, al rey arriano de Lombardía, en el norte de Italia, Agilulfo, le llegaron noticias de la actividad misionera de San Columbano, a quien precedía la fama de sus monasterios. Le hizo llamar, ofreciéndole terrenos en Bobbio, situado en un valle en los Apeninos, entre Génova y Piacenza, donde el monje irlandés erigió un monasterio dedicado a San Pedro.
A sus setenta años, pero con renovadas energías, emprendió la ilusionante tarea de levantar esta última fundación, en la que terminaría sus días, el 23 de noviembre de 615, hace justo ahora 1.400 años.
Jesús González