Sr. Director:
¡INMACULADA! “… para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”. Vibrantes y emocionantes palabras del Papa Pío IX en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1854. La fe, la tradición secular y religiosa, el pueblo fiel, que durante siglos defendieron como verdad la Inmaculada Concepción se vieron compensados de manera desbordante con esta proclamación. Al clarividente y sencillo razonamiento “convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo” siguieron argumentos teológicos de máxima altura y profundidad que concluyeron en la decisión trascendental del Papa. España tuvo un papel preponderante a lo largo de los siglos a través de las diversas facetas del arte: baste recordar las Inmaculadas de Murillo, en pintura; o las de la escultura: las de Alonso Cano. Esto contribuyó, sin duda alguna, en la creencia popular. Pero la teología iba por delante, así como el juramento exigido en determinadas universidades para profesar o cursar estudios en ellas. No es de extrañar, pues, la devoción implícita de todos los pueblos españoles, que no han tenido recato de mostrar públicamente en calles y plazas monumentos a la Inmaculada Concepción como ejemplo de su rendido amor y devoción a la primera beneficiada por la Redención de su Hijo Jesucristo.