Sr. Director:
En síntesis, los 17 objetivos del milenio y de la Agenda 2030 vendrían a ser aspiraciones universales tan loables como erradicar la pobreza, el hambre y la incultura; sanidad, educación, vida saludable y trabajo para todos; defensa de la naturaleza y del medio ambiente, y en general, alcanzar un desarrollo planetario «sostenible» en todos los aspectos.
Sin embargo, el tema se complica al ir desvelando el complejo significado que hoy se le atribuye al concepto «sostenible», y las matizaciones añadidas a algunos objetivos. Y sobre todo, al analizar las discutibles medidas que nos van proponiendo (y más adelante nos impondrán) para alcanzarlos; ya que en algunos casos se trata de auténtica mercancía averiada introducida de matute al socaire de las más altas aspiraciones humanas. Los grandes principios son muy elevados y cuasidivinos, sí, pero el diablo sigue estando en los detalles.
Por eso llama la atención que desde el actual Vaticano se proclame tan confiadamente la adhesión a una Agenda que, además de ignorar cualquier mención a la dimensión espiritual y religiosa de los seres humanos, de ser aplicada con todas sus consecuencias podría implicar una seria amenaza a pilares fundamentales de la propia Iglesia, cuya fundación, naturaleza y fines no coinciden exactamente con los de una ONG.