Cartas al director
Anti-retórica como arma política
Sr. Director:
Si la retórica según los grandes tratadistas clásicos como Cicerón, Quintiliano, o nuestro más preclaro orador Melchor Gaspar Jovellanos, es arte de persuadir mediante la palabra, y el orador tiene que hablar con corrección y propiedad, el espectáculo vivido en el Parlamento Español, ágora en donde tenía que brillar el buen decir, fue lamentable y digno del reproche.
Algunos oradores ignoran los principios fundamentales y elementales del arte de hablar en público.
La presentación en palestra pública que es el Congreso de los Diputados de la portavoz de Podemos, Irene Montero fue desde el punto de vista corrección retórica fue penosa no solo por la forma sino por el fondo. Habló más con los aspavientos continuos que con la palabra.
El tono de la intervención era hiriente no por el contenido sino por la ausencia de la modulación de la voz más cerca del griterío y que de un tono reposado y tranquilo. Si la modulación de la palabra debe estar acompañada por la modulación de los gestos ambas partes de su discurso estaban desconectadas y cada una iba por su parte. En cuando a la forma de los periodos oratorios no existió ninguna sino sólo una retahíla de insultos y descalificaciones que tenía como finalidad machacar al contrario en este caso el Presidente del Gobierno, que muy poco tuvo que hacer para desmontar el tinglado de la farsa que había montado Pablo Iglesias lanzando a la tribuna del hemiciclo de la Soberanía del Pueblo a su más que fiel escudera.
Desde el mismo inicio de su intervención nada quiso saber de lo que los clásicos llamaban exordium, cuya finalidad es obtener una disposición favorable hacia sus planteamientos, por el contrario se dedicó a mirar casi con ira a su adversario para soltarle una catarata de improperios y descalificaciones sin más cohesión que el exabrupto. La único que pretendió con sus agresivo e intemperante discurso fue lograr la interrupción continua de sus seguidores que con risotadas y aplausos prolongados celebraban la osadía demagógica y populista de la fiel amazona de Secretario General de Podemos y aspirante a Presidente Gobierno.
La parte esencial de un discurso retórico es la argumentación, la esencia de la dialéctica parlamentaria, que brilló por su ausencia porque no presentó pruebas pertinentes para defender su causa. Hasta incluso utilizo su turno para atacar a algún periodista, cuando la fuente de su información eran recortes de distintos periódicos. La oradora podemita no quiso o no pudo aprovechar la última parte de su abigarrado discurso, la conocida como peroración o parte final, para sintetizar los ejes fundamentales de su discurso, y dotarles de eficacia sino que acabó como empezó echando más leña al fuego de la incontinencia verbal y de la sobreactuación gesticular.
Su Jefe Pablo Iglesias siendo la antítesis en las formas y más convincente y suave en los modos de dirigirse al Presidente que censuraba para sustituirle, algo no sólo improbable sino imposible porque sabía él mismo que la moción de censura no era pertinente y significativa, construyó un discurso no basado en la argumentación dialéctica sino la descalificación maniquea y simplista propio del discurso populista más primitivo por menos solvente.
Lo cual nada tiene que ver para que sus corifeos, Pablo Iglesias fuese una especie de demóstenes, pero sin proyecto político creíble.
Fidel García
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