Sr. Director:
Desde que Pío XII declarara el Dogma de la Asunción (1950), la Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora se celebra oficialmente en todo el orbe católico; si bien, ya desde la alta Edad Media hay celebraciones de la subida al Cielo de la Virgen en cuerpo y alma. El cuerpo de María, la Madre de Dios, Inmaculada desde su concepción, no merecía el sepulcro, y en la mente de los cristianos ha permanecido la fe -compartida por católicos, ortodoxos y anglicanos- en que la Virgen está en el Cielo en su totalidad personal. Desde el siglo XV, en España existe la celebración extraordinaria del “Misteri d’Elx”, o Misterio de Elche, un drama musical lírico-religioso que representa la dormición de la Virgen entre los Apóstoles y su Coronación celestial, protegido como Patrimonio cultural y que fue proclamado “Monumento nacional” en 1931.
El Cielo es felicidad y paz para los que allí arriban; pero la Virgen es Madre de todos los hombres y Madre de la Iglesia, y sigue activa, su misión maternal continúa. A Ella acudimos en nuestras dificultades. ¿Qué alma mariana no invoca a María cuando le visita la enfermedad, cuando ve cerca la muerte o cuando le acucian grandes problemas? Llevaba razón el Venerable Padre Tomás Morales, jesuita, cuando repetía: “La Inmaculada nunca falla”.
A la Virgen la invocamos como Esperanza nuestra y Causa de nuestra Alegría; como Salud de los enfermos y como Reina de la Paz. San Juan Pablo II es uno de los santos más destacados por su profunda y tierna devoción mariana. Su lema era “Totus tuum”. Ella le infundió fuerza para permanecer fiel como Pastor de las almas pese a todos los problemas que tuvo que enfrentar. Cuando así se vive, no hay pena ni prueba que nos robe el ánimo. Hacer lo que podemos y dejar la solución en manos de María, es gran acierto. Acogerse a su Amparo y profesarle tierna devoción, es camino de santidad y de paz. Dicen que en los ojos de los católicos se nota el amor y la confianza en la Virgen. Nuestra alegría y esperanza no se disimulan. Cuando no podemos dormir y ponemos el asunto en manos de la Virgen, el sueño no se hace esperar.