Sr. Director:
Me topé recientemente con una de esas viñetas que captan tu atención de forma especial, pues explican mediante sencillas escenas realidades complejas. Se la explico. En una carrera de relevos, el COVID‑19 le pasa el testigo al globo terráqueo, que corre ufano enfundado en su sudadera, cuyo pecho reza: CAMBIO CLIMÁTICO.
No hace falta ser un cerebrito para comprender el mensaje. Decayendo ya el asustaviejas de la pandemia, toca sustituirlo por otro de similar pelaje que cumpla idéntica función: el acojone generalizado, y con ello la disposición general a lo que haga falta para quitarnos de encima a la nueva Hidra de Siete Cabezas. Ahora el apocalipsis que se cierne sobre la Humanidad es el calentamiento global, que lleva indefectiblemente al cambio climático, con la consiguiente subida del nivel del mar, desastres meteorológicos constantes, calor asfixiante, movimientos masivos de población, cosechas arruinadas, crisis alimentaria galopante… Vaya, un desastre que hará añorar a esta peste actual que ha puesto al mundo patas arriba, aun afectando a tan solo uno de cada cien humanos, de los cuales la inmensa mayoría o no tuvo síntoma alguno, o la cosa quedó en leves malestares. ¡Y con la gripe desaparecida del mapa! Pero pandemia decidieron bautizarla, y como pandemia quedará para los restos en los libros de texto.
Mas retomemos lo del calentamiento global, el tema que nos convoca. Solo de pensarlo, a uno le corre el sudor cogote abajo, y siente taquicardia en el pecho. Pues bien… mejor abríguense, pues no pocos indicadores apuntan a que durante las próximas décadas ―al menos hasta mediados de siglo― se producirá un descenso paulatino de la temperatura media del planeta. No diré aquí que lo afirman «los científicos», por cuanto ello significaría que lo apuntan «todos los científicos que en el mundo son, sin fisuras ni menos aún discrepancias dignas de mención». En efecto, evitaré caer en el error [consciente, ergo mentira cochina] de los medios en general, que sueltan eso de «la comunidad científica» (cuando no el todavía más chusco «los expertos»), y se quedan tan anchos, sabiendo que tal grupo es heterogéneo hasta casi el infinito, y que habrá siempre alguien entre sus miembros que defienda con empeño justo lo contrario que otro, siendo ambos «científicos» stricto sensu. Elegir por defecto el discurso A y condenar al ostracismo el B no es desde luego virtuoso para la ya de por sí bastante devaluada profesión de periodista. Digamos que colocaría al interfecto entre el embuste pagado (mercenarismo mediático) y el sectarismo (puro trastorno mental en sus casos más severos).
¡Claro que existe el cambio climático! En algún punto, detalle o grado, el clima cambia de manera constante en cada rincón del mundo. Son tantos los parámetros que constituyen dicha realidad (herramienta humana, ojo, con el siempre loable objetivo de adelantarse a posibles catástrofes meteorológicas, y tratar así de minimizar sus efectos), que bien puede asegurarse que el clima de mi ciudad, donde tecleo este texto, será en algún ínfimo sentido diferente desde el amanecer a la anochecida.
Por otro lado, parecemos olvidar que los humanos estamos aquí gracias al cambio climático, porque hubo un periodo benigno que nos permitió habitar estos lares, en un tiempo presididos por la nieve y el hielo. En consecuencia, cuando menos, cabe subrayar que el cambio climático será bueno o malo según le vaya a cada cual en la feria. ¿O es que creen que tan “temida” subida de 2o C no va a beneficiar a multitud de especies (acaso también a la nuestra, con mayor superficie para cultivar alimentos), encantadas de la vida con algo más de calorcito? Bien puede rescatarse aquí el famoso aforismo del “nunca llueve a gusto de todos”, lo cual desde luego significa que la lluvia, el frío, el calor, o cualquier otro meteoro vendrá de perlas a alguien. Como ha pasado siempre.
Calla la caja tonta con el fresquito que a veces hace en pleno verano (tres meses dan para mucho), pero a la que despunta un poco el termómetro, ya empiezan los telediarios con el cansino calentamiento global y el cambio climático, fenómenos que valen lo mismo para justificar una inundación en Bélgica que un tifón en Bangladesh, que unos incendios en Canadá, que una granizada en Haro. ¡Todo es ahora achacable al cambio climático! ¿Les suena de algo?
Pues sí… algo huele a podrido en este desaguisado, que bien pudiera ser otro “guisado” a la carta de las élites globalistas, acostumbradas como están ya a jugar a ser dioses en la tierra, por tener tal cantidad de dinero que se muestran incapaces de gastarlo en cosas algo más racionales, y sobre todo fructíferas.
Llegamos al apartado de las preguntas. ¿Pidió alguien explicaciones al científico que allá por los pasados años setenta auguraba un Manhattan anegado bajo el agua para finales de siglo? Que yo sepa, la isla está como estaba, y el «experto», hipergalardonado. Otra. ¿Por qué los millonetis de turno siguen construyéndose sus mansiones en primera línea de costa, mientras apoyan en sus redes sociales la idea de la cercana inundación apocalíptica? ¿Qué fue, por cierto, de la capa de ozono, cuyo agujero nos iba a achicharrar la cocorota sí o sí? ¿Cómo es que los ayuntamientos del litoral no obligan desde ahora mismo a desalojar viviendas y chiringuitos de primera línea de playa, o al menos a negar la preceptiva concesión municipal de obras? Y como estas, miles.
Nos atemorizan con el famoso 1.5o C de incremento medio de temperatura, que de producirse acarrearía al parecer consecuencias de pesadilla, algunas ya mencionadas. ¿Difícil imaginarse el panorama? Pues no tanto, la verdad, porque basta con preguntarle a un leridano capitalino cómo se siente, dado que allí en la última década ha aumentado la temperatura media en 1.79o C, y se han tenido que enterar (quienes se hayan enterado, que seguro no serán todos) por la prensa. Y tan pichis.
Un razonable cuidado del entorno lo venimos practicando algunos mucho antes de que colocaran el primer contenedor verde en el barrio. Que urge una desaceleración drástica y urgente en nuestro estilo de vida (¿decrecimiento?) lo sospechamos algunos desde nuestra más tierna adolescencia, cuando todavía no proliferaban los gurús medioambientalistas de «consejos vendo y para mí no tengo». Que las fuentes de energías fósiles son finitas se nos antojó siempre a algunos de puro sentido común. Pero quizá todo ello no tenga apenas nada que ver con el nuevo Leviatán que nos anuncian, acaso por si tuviéramos la mala idea de rebajar un ápice el nivel de pavor generalizado al que nos hemos dejado llevar, como ingenuos ratoncitos tras el flautista.
Mientras tanto, mejor si nos vamos haciendo un fondo de armario con ropaje algo más contundente. Porque, según ciertos profesionales del ramo, insisto, vienen tiempos que nos dejarán helados. Entiéndase la afirmación en un sentido literal o metafórico, a gusto del lector.