Sr. Director:
Al hilo de la marcha de Juan Carlos I y ante el silencio en su defensa de tantos que se beneficiaron con su buscada proximidad, me viene la imagen de una vieja fotografía tomada el 15 de abril de 1931, un día después de proclamarse la Segunda República. Como la noche anterior Alfonso XIII (¡mal fario!) había abandonado Madrid rumbo a Cartagena, dejando atrás casi todo, incluyendo a la reina y a dos de sus hijos, Victoria Eugenia se desplazaría en coche hasta el Escorial y desde allí partiría en tren hacia Hendaya. Pero antes se despediría de un grupo de leales, apenas unos veinte, en el alto de Galapagar, que es el momento recogido en la fotografía. Sobra decir que en aquellas horas de efervescencia antimonárquica, mostrar cercanía con los reyes no era lo más aconsejable. En el grupo había un joven que acababa de enterrar a su padre, muerto en París hacía justo un mes. Su padre había presidido el directorio militar y civil que gobernó España durante seis años bajo el reinado de Alfonso XIII, pero sin recibir siquiera el reconocimiento sentimental que merecía; esta ingratitud incrementaría los padecimientos de su enfermedad el último año de su vida. Pese a todo, allí estaba aquel joven con dos de sus hermanas, junto a la Reina, en uno de los momentos más difíciles. Con ello daba muestras de la elegancia de espíritu que caracterizaría su vida y con la que afrontó su muerte cinco años después ante un pelotón de fusilamiento.