Sr. Director:

Para todos los cristianos, estamos en la Cuaresma, este tiempo litúrgico que se abrió con el miércoles de ceniza. Durante la Misa, o en algún otro momento de ese miércoles, si lo pedimos con libertad, el sacerdote nos impuso la ceniza en la frente, a la vez que nos decía, entre otras posibles palabras, esta frase clásica que a todos nos impresiona un poco: “Recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás”.

¿Nos convertimos verdaderamente en polvo en el momento de nuestra muerte? Más de una persona desea, o mejor, “sueña”, desparecer por completo, ser aniquilada, en el momento de morir.

Basta participar alguna que otra vez en el duelo por la muerte de algún ser, más o menos querido, que una familia que no cree en la vida eterna celebra en un tanatorio, para darnos cuenta de su pretensión de quitarse de la cabeza y del corazón la realidad de la muerte, y situar, de alguna manera, a un persona de la que se afirma que todo ha desaparecido, que nada queda después del último suspiro, en algún lugar indeterminado, deletéreo, como si se tratara de colocar un escrito en la nube del ordenador.

Sueños vanos. Dios, que nos ha dado la vida, nos ha creado en la tierra abiertos a la eternidad. El palpitar de ese amor creador y eterno de Dios no nos deja nunca. Algunos quieren ahogarlo en la perspectiva de poder, de paraíso terrenos –políticos, sociológicos, culturales, transhumanismos digitales, algoritmos recambiables, historias consumadas, bienestar material y psíquico, etc., etc. Más sueños vanos.