Sr. Director:

A veces, ante determinados hechos, puede dar la impresión de que se está degradando el cristianismo. Interpretación errónea. La doctrina cristiana, la doctrina de fe es intangible y así lo ha sido desde hace siglos. Las verdades de fe con las mismas de ayer, de hoy y de siempre; su vitalidad pletórica, su actividad y eficacia son imperecederas. La fidelidad, la defensa y la adhesión a ellas por parte de los cristianos, de algunos, es la que puede degradarse y eso sí que es una triste realidad desgraciadamente. ¿Qué es lo que mueve a esos cristianos a una actitud tan controvertida?: ¿afán de notoriedad?, ¿cobardía?, ¿indiferencia? Actitudes todas posibles y perfectamente compatibles. Y lo son porque, aunque se sigan titulando cristianos, han dejado un resquicio abierto en sus almas por el que se ha filtrado la mundanidad. Y, por el contrario, se han cerrado totalmente a la gracia divina. Y es que la vida, la cotidianidad de la vida, a veces trastorna las mentes, las desorienta, les produce cansancio y hace olvidar cuál es el fin del hombre: la santidad en Dios. Y esto es algo muy exigente que conlleva una continua, permanente y atenta vigilancia.

La habitualidad de lo corriente, de lo ordinario, puede incluso, a veces, llevarnos a considerar lo sobrenatural y espiritual como algo falta de utilidad, el utilitarismo que tanto se lleva hoy en día, como la caballerosidad o la honorabilidad se llevaron en otros tiempos. Y todo ello sin advertir un motivo religioso, es decir, sin contemplar a Dios como trasfondo de tantas y tan buenas acciones como realizamos o podemos realizar a lo largo de cada día, aunque nos parezcan carentes de valor. Innumerables oportunidades perdidas de mantener vivas la fe y la presencia de Dios.