Sr. Director:

Después de dejar constancia de la lamentable situación religiosa de Europa, no tanto ni principalmente por razón de las divisiones sucedidas a través de los siglos, sino por la defección de bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe, y la pérdida del vigor doctrinal y moral de esa visión cristiana de la vida, que estaba llevando a Europa a dejar de ser cristiana, en el discurso de Juan Pablo II en el Acto Europeo con representantes de varios países de la Unión Europea dijo:

“Por esto, yo, Juan Pablo, hijo de la nación polaca que se ha considerado siempre europea, por sus orígenes, tradiciones, cultura y relaciones vitales; eslava entre los latinos y latina entre los eslavos; Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma, una Sede que Cristo quiso colocar en Europa y que ama por su esfuerzo en la difusión del cristianismo en todo el mundo. Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (…) Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: “Puedo”.

“Con mi viaje -concluyó Juan Pablo II- he querido despertar en vosotros el recuerdo de vuestro pasado cristiano y de los grandes momentos de vuestra historia religiosa. Esa historia por la que, a pesar de las inevitables lagunas humanas, la Iglesia os debía un testimonio de gratitud”