Sr. Director:
Se atribuye a Tarradellas aquello de que en política se puede hacer de todo, menos el ridículo; aserto que perdió credibilidad desde que apareciera Pedro Sánchez en la política española, pues sus escandalosos ridículos (el penúltimo por ahora: la «cumbre bilateral» del pasillo con Joe Biden) apenas le restan apoyos y votos de sus seguidores, siempre dispuestos a acompañarle hasta el barranco.
Un ciego entreguismo el de sus seguidores, difícil de comprender, pues las mentiras y falacias de este catedrático del cinismo, de la doble palabra y del «donde dije digo, digo Diego», son ya tan groseras que no cabe ignorarlas ni enmascararlas. Y sin embargo, ahí está nuestro encantador de serpientes con su eterna sonrisa y sin perder el respaldo de los miembros de su Gobierno, de la mayoría de militantes de su partido, de sus barones y, salvo tres o cuatro excepciones, de los líderes históricos del socialismo, por mucho que alguno se queje de vez en cuando con la boca chica.
Y ahora va este doctor «Pedrocho», que si le creciera la nariz con cada trola dejaría chato al mismísimo Pinocho, y no se corta un pelo en pedirnos magnanimidad, generosidad y confianza en su palabra (?), para indultar a los traidores que quisieron robarnos Cataluña a todos los españoles.
Un indulto que es el precio de la indignidad para seguir gobernando.