En esa obra cumbre de la literatura mística española que es LA MISTICA CIUDAD DE DIOS, cuya autora es la Venerable María de Jesús de Agreda, cuyo cuerpo se conserva incorrupto en el convento que ella misma fundó; una excelsa mujer víctima de los errores de la inquisición que han parado su canonización. En esta obra genial nos relata el encuentro de Jesucristo resucitado con dos de los discípulos conocidos como los dos de Emaús, lo que narra con un profundo conocimiento de la Sagradas Escrituras, y con un estilo lleno de matices estilísticos. Presenta a los dos incrédulos discípulos platicando sobre los sucesos del Viernes Santo y recordando a su Maestro que tanto bien hizo a ciegos, enfermos, resucitó muertos como su amigo Lázaro, pero ellos sin embargo dudaban de la resurrección de Jesús; en medio de estas pláticas, escribe Sor María de Jesús:” Se les apareció Jesús en hábito de peregrino, como que les alcanzaba en el camino y les dijo, después de saludarles: ¿De qué habláis, que me parece que os veo entristecidos? Respondió Cleofás:” Solo eres Tú peregrino de Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido estos días en la ciudad?; Dijo el Señor: Pues ¿qué ha sucedido? Replico el discípulo, Cleofás: ¿No sabes lo que han hecho los príncipes y los sacerdotes con Jesús Nazareno, varón santo y poderoso en palabras y obras, ¿cómo lo han condenado y crucificado? Nosotros teníamos esperanzas que había de redimir a Israel resucitando de entre los muertos y se pasa ya el día tercero de su muerte y no sabemos lo que ha hecho.
Aunque unas mujeres de los nuestros nos han atemorizado, porque fueron muy de mañana al sepulcro y no hallaron su cuerpo y afirman que vieron un ángel que le dijo que había resucitado (…) Pero nosotros vamos a Emaús para esperar allí a ver en qué paran estas novedades. – Respondió el Señor. “Verdaderamente sois necios y tardos de corazón, pues no entendéis que convenia que padeciese Cristo todas esas penas y muerte tan afrentosas para entrar en su gloria”. Cuando llegaron a Emaús, el Divino Maestro les dio a entender pasaba adelante, pero ellos le rogaron con instancia se quedase con ellos, porque era tarde. El Señor lo admitió y convidado de los discípulos se reclinaron para cenar juntos, conforme a la costumbre de los judíos: Tomó el Señor el pan y como también solía lo bendijo y partió dándoles con el pan bendito el conocimiento infalible de que era su Redentor y Maestro. Lo conocieron porque les abrió los ojos del alma, y al punto que los dejó ilustrados, se les desapareció del cuerpo y no lo vieron más. Pero quedaron admirados y llenos de gozo, confiriendo el fuego de caridad que sintieron en el camino, cuando les hablaba su Maestro y les declaraba las Escrituras.