Sr. Director:
El mes de las flores, como siempre desdel siglo XIX, está dedicado a la Virgen. Este año y el anterior, en la excepcionalidad de la pandemia. En España, era costumbre el “Ejercicio de las flores” en honor a la Madre de Dios. En las escuelas cada tarde de mayo, se recitaban poesías compuestas por los niños o su familia. Mi madre recordaba aquellos versos que ella y sus compañeras dirigían a la Virgen con especial primor y que conservaba en su memoria prodigiosa. Por causa del acoso a lo religioso sufrido en la escuela, ha decaído ese Ejercicio tan positivo. Era una tradición que educaba el corazón y la mente de los niños en lo bello, lo bueno y lo verdadero. Se conserva en parroquias, teniendo, como motor, también, a los laicos, que, tras la liberación del “estado de alarma”, cubren los aforos permitidos, que deben ampliarse. Durante estos meses, por temor al virus, muchos han preferido seguir sus devociones por televisión.
A cuenta de la pandemia, llama la atención la entrevista, en “El Español” (15 de mayo de 2021), a la periodista Pilar Urbano, escritora y profesora jubilada, admirable por su valentía y amor a la verdad y a la libertad. Pilar aborda el asunto pandémico como periodista de raza que es (se lee sobre ella: “El 23-F estaba en el Congreso de los Diputados en calidad de periodista. Declaró: «Tuve una metralleta a un palmo de mi cintura. No me tiré al suelo. Aquella tarde y aquella noche supe de un modo definitivo que la libertad vale más que la vida»). Habla de “intereses poderosos en un mundo que está cambiando”. De acuerdo: “Debe haber respuestas y explicaciones, no en tuiters y tertulias, sino en ese lugar sagrado de la palabra verdadera que se llama Parlamento”.
Volvamos a mayo: ¿Nos damos cuenta de que necesitamos tanto a Dios? El Papa Francisco nos pide rezar este mes el Rosario por el fin de la pandemia. Es la oración de los sencillos, la que pidió la Virgen en Fátima a tres pastorcitos por la conversión de los pecadores y la Paz del mundo. Sea como fuere el asunto de la pandemia, sólo la oración y la penitencia pueden librarnos de esa tortura con restricciones a la libertad.