Sr. Director:

Fue una desgraciada casualidad, pero mientras en Gran Bretaña se celebraba con gran elegancia y con el respeto popular, el funeral por el Duque de Edimburgo, Colau se apresuraba a desterrar a martillazos los vestigios de Don Juan Carlos de las calles de Barcelona.

Los británicos, mal que nos pese, nos acaban de dar una lección de sentido común político, al aprovechar los funerales del esposo de Isabel II, para respaldar sin fisuras a la Institución como base indiscutible de la Gran Bretaña.

Han demostrado con los hechos que se puede diferenciar perfectamente lo que es y supone la Corona -en una nación que considera la forma de estado inamovible, por encima de los vaivenes de la política- de los errores y los fallos de una familia y de unas personas concretas, a las que critican sin dudarlo, pero cuyas actuaciones más o menos desacertadas, separan de lo que es y supone, de lo que ha supuesto en el pasado y de lo que supondrá en el futuro, la monarquía para su nación.

Simplemente con ver y “escuchar” el minuto de silencio y cómo era respetado en las terrazas, en los “pub” o en las calles, se sabía que la fortaleza de la Institución y el respeto por las figuras que la representan, es una garantía de calidad democrática, de continuidad y de pragmatismo político.

No se trata pues, de preferir una u otra forma en la jefatura del estado sino de respetar y respaldar la que se han dado los ciudadanos, pasando por encima de cualquier coyuntura personal por grave que esta pueda parecer.