Sr. Director:

Cada vez es más frecuente toparnos con noticias sobre profesores universitarios expedientados o expulsados de universidades por cuestionar algún dogma de lo que hoy nos imponen como políticamente correcto. 

Noticias que hace solo unos años nos hubieran parecido sacadas de obras de humor o de inquietante ciencia ficción, y cuyo común denominador es proceder de las universidades: lugares considerados desde hace siglos como santuarios y escuelas del conocimiento y la sabiduría donde se garantizaba la libertad de cátedra, pensamiento y expresión, pero que están siendo tomadas en Occidente por grupos de profesores y alumnos erigidos en vigilantes de la intolerante ortodoxia progresista. 

Grupos muy activos y con gran influencia mediática que, alegando combatir supuestos discursos del odio y discriminaciones raciales, sexuales o ideológicas, en defensa de la «diversidad» acaban imponiendo en las universidades lo que cabe o no pensar, expresar y hacer, y quiénes pueden impartir su magisterio. Grupos que ya se atreven a censurar la biología, las obras de los clásicos inmortales de la humanidad y hasta a aquellos egregios griegos que dieron origen a la filosofía. 

Y todo ello en nombre de una cacareada y particular diversidad concebida desde su dictatorial visión, cuyo triunfo significaría la muerte de la Universidad.