Sr. Director,
Resulta sorprendente constatar lo extendida que se encuentra a derecha e izquierda, la falsa opinión que considera al aborto como un símbolo de progreso y una conquista de nuestra sociedad democrática occidental. El Papa San Juan Pablo II nos recordaba en su encíclica Evangelium Vitae, que el aborto y el infanticidio, eran prácticas ya difundidas en el mundo greco-romano y que fue la primera comunidad cristiana la que se opuso radicalmente, con su doctrina y praxis, a esas crueles costumbres. El macabro rescate del aborto como práctica legalmente aceptada, no fue promovido desde las democracias occidentales, como falsamente pretenden hacernos creer, sino desde los regímenes comunistas. Así, el aborto fue inicialmente aprobado en Rusia en 1920 poco después de la revolución comunista y seguidamente en países comunistas del telón de acero como Polonia, Hungría, Bulgaria o Checoslovaquia, en la China comunista, la Cuba castrista, etc… Mucho antes de extenderse por Occidente en la segunda mitad del siglo XX, según nos relatan los doctores Mijail y August Stern en su libro “La vida sexual en la Unión Soviética”, el aborto se había ya convertido en Rusia en “el primero de todos los medios contraceptivos”, de forma que ya en 1934 “se registra en Moscú un nacimiento cada tres abortos, y en el campo, el mismo año, tres abortos por cada dos nacimientos” y en 1963, “en Moscú, Leningrado y otras ciudades centrales el 80% de las mujeres embarazadas se sometían a abortos”.
Resulta esclarecedor que precisamente los regímenes que menor respeto demostraron hacia los derechos humanos y la dignidad de la persona y que representaron valores completamente opuestos al progreso y a la democracia, se mostrasen tan activos en intentar promover algo que se nos pretende vender hoy en día como un gran avance de los derechos civiles y la libertad individual. ¿Cuál es el motivo para que los regímenes comunistas, tuvieran tanto interés en promover legislaciones favorables al aborto?. La respuesta es que ya desde muy temprano, el marxismo colocó a la familia tradicional en su punto de mira, según quedó reflejado en muchas de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels.
Y qué mejor forma de destruir la familia desde dentro, que transformándola en un lugar frío y deshumanizado donde la vida no es respetada y los hijos ven amenazada su existencia por sus propios progenitores. El aborto por tanto, es uno de los medios más efectivos utilizados por la ideología marxista en su batalla por socavar los cimientos de la sociedad occidental, ya que destruye la institución familiar y ataca pilares básicos del cristianismo como son el carácter sagrado de la vida, la dignidad del ser humano y el respeto debido hacia la obra de Dios. La izquierda actual ha extendido con gran éxito su ideario pro-abortista, consiguiendo que el mayor acto de violencia que se pueda imaginar contra el ser humano más indefenso, se considere en las democracias occidentales como un símbolo de modernidad y progreso, cuando en realidad es simplemente una conquista de aquellos que no respetan el valor absoluto de la vida humana y buscan el amparo de la ley para poder acabar con total impunidad con los más débiles e indefensos. El Cardenal Robert Sarah, en su obra “Se hace tarde y anochece”, nos recuerda que “Hay poblaciones enteras anestesiadas respecto a este tema que no parecen comprender la gravedad de lo que está en juego. Y se instaura el asesinato. El homicidio se convierte en algo bueno, justificable, legítimo. El homicidio se convierte en un derecho”.