Sr. Director:
Mala noticia. La ley de eutanasia ya está aquí: su entrada en vigor, el 25 de junio. Viene solita, sin que el pueblo amante de la razón y de la vida, haya podido manifestarse en sus calles y plazas. Han aprovechado las limitaciones del momento para infiltrar leyes que muchísimos españoles repudiamos. La eutanasia es un eslabón más de la cadena de la cultura de la muerte. La matanza de ancianos y enfermos e impedidos, o dementes o deprimidos, es una manifestación más del egoísmo y hedonismo de corazones de piedra, que llaman bien al mal y al mal, bien.
Nadie quiere morir. Es propio de nuestra naturaleza buscar la conservación de la vida. Además, hay un mandamiento divino: “No matarás”.
Todos anhelamos ser respetados y amados. No es la enfermedad lo que incita al deseo de morir, sino el sentimiento de falta de cariño en la vida. La petición de la muerte es un grito de socorro en nuestra sociedad individualista. Sin la previsión de cuidados paliativos para todos, como es justo ( alrededor de ochenta mil personas murieron el año pasado sin recibirlos) y con una ley de eutanasia, se prevé que se dispararán las muertes no sólo de enfermos incurables; también, de gente sana que no recibe una limosna de amor. Y vendrán los cazadores de vidas, que creen un éxito cuanto mayor sea el número de piezas capturadas (este escándalo sucede en los escasos países con ley de eutanasia, cinco entre los 195 soberanos reconocidos por la ONU). La eutanasia es desprecio de la vida. Matar para ganar votos de quienes no conocen la felicidad íntima del servicio al más débil de la familia o del entorno, el ahorro en pensiones y la reducción del gasto sanitario. ¿No nos recuerda el nazismo? Falta de conciencia. Como dijo San Juan Pablo II. “la eutanasia es una distorsión de la ética médica”. Los galenos no deben decidir “quién puede vivir y quién debe morir”. Es cierto: «Todo lo que se opone a la vida, corrompe la civilización humana, y deshonran más a quienes practican esos actos » (Gaudium et spes ); también, a quienes los propician.