Sr. Director:

Hay palabras irrecuperables que perdieron su significado primigenio y que, a fuerza de utilizarse para definir una cosa y su contraria, apenas significan ya nada; como «fascista», que se utiliza contra cualquiera a quien se pretenda arrojar fuera del terreno de juego político y social.

Otras cambiaron su sentido; como «progresista», que definía a la persona de ideas y actitudes avanzadas, pero que tras apropiárselo la izquierda identifica a quienes nos imponen el «progreso» del aborto, la eutanasia, la ideología de género, etc. 

Y otras andan aún en mutación; como sucede con «populista», que referido en su origen a quien pretendía atraerse políticamente a las clases populares, se aplica contra los de izquierda o derecha que propongan ideas y soluciones que suelen salirse de las consideradas como políticamente correctas. 

Pero quienes verdaderamente salen ganando con todo este interesado confusionismo son aquellos que cuentan por merecidísimo derecho de sangre con término propio para identificarles, y cuyo auténtico nombre -en cualquiera de sus presentaciones- es el de comunistas. Por eso, calificar a los comunistas como populistas, fascistas, progresistas, transversales, izquierda dura, podemitas, bolivarianos, etc., sólo sirve para confundir y contribuir a blanquear las grandes aportaciones del comunismo a la historia más negra y sangrienta de la humanidad.