Cartas al director
Fernando Fernán Gómez, Rivera y el Senado
Sr. Director:
Millones de personas recuerdan lo que estaban haciendo, veían una de Garci, cuando el Conde de Albrit aleccionaba al lacayo ambicioso, magistralmente interpretado por Agustín González, con aquello de que "los ricos consiguen su fortuna esperando con paciencia a que la pierdan los que se empobrecen".
Y como buen maestro que por ser también diablo era el viejo, consiguió, muy a su pesar, que su alumno, eventual y traidor, aprendiera.
Otros cuantos millones, algunos los mismos, recuerdan también lo que hacían un domingo reciente por la noche.
Estaban viendo en La Sexta TV un desayuno a tres en un bar de Nou Barris, cuando mientras Pablo Iglesias, espeso para la ocasión, contestaba a Évole sobre qué hacer con el Senado con una respuesta de lo más aburrida, un educado Rivera, capaz hasta de posar desnudo y jugador como siempre, le pedía a Jordi, y al mismo tiempo a los que mirábamos, que le dejáramos guardar el secreto hasta el día 7 de noviembre.
Casualmente o no, puede que todo lo tuviera calculado, pues el día 6 finalizaría el plazo legal para las coaliciones electorales, las de los demás.
¿Le colocaban los atunes a popa del Azor, al dictador, mejor de lo que Rivera insinuó a toda su competencia política el qué sería un punto estrella de su programa para el 20D que viene? Sinceramente, creo que no. Por lo demás, siempre han salido y saldrán perdiendo los atunes.
Llegó el inevitable día 7 de este mes y ocurrió en Cádiz lo que todos los demás le dejaron a Rivera que hiciera: apropiarse en exclusiva, y sin que nadie le pueda llamar traidor porque fue en buena lid y avisando, de la única consigna de aquel 15 de mayo tan rebelde que llegó viva hasta el 20N de 2011: "No al Senado", y con notoria aceptación en las urnas, tal como hemos demostrado en anteriores trabajos también publicados.
No estoy pidiendo que tengan memoria a Iglesias y Garzón, por poner los dos casos más sorprendentes de ineficacia política en el caso que nos ocupa. Solo faltaría. Simplemente les acuso de haber cerrado oídos y ojos ante lo que ha sido, durante toda la legislatura, un clamor sordo pero constante y directo a los políticos que, como ellos, piden el cambio: Que el Senado es "un cementerio de elefantes" y que hay que ahorrárselo. Pues bien, el único con las antenas puestas, Rivera. Ahora, "válgame la soledad", esos dos radicales se ven obligados a explicar porqué defienden el Senado para no aceptar que el de Ciudadanos les ha ganado.
Por ejemplo, nadie recuerda lo que estaba haciendo ayer mismo, día 11 de noviembre, cuando Rivera optó por diferenciarse y, en medio del marasmo catalán, volvió a la carga, sutil pero incisivo, desde páginas interiores, que también suman votos. Dijo en voz bien alta que "si al PSOE y al PP no les gusta su propuesta de eliminar el Senado* que hagan las suyas, en lugar de criticar su planteamiento". Y no reproduzco más frases de la noticia, que Rivera ya tiene muchos votos.
Tenía razón el noble con lo de la conveniente paciencia para hacerse rico con la ruina de los otros, pero también dicen por ahí que "el que no se arriesga no gana", y Rivera lo ha hecho. Ni él ni nadie pueden saber a ciencia cierta si la consigna de acabar con el Senado dará votos o no en diciembre, pero con esta propuesta ha hecho hasta un guiño, quizás intencionado, a algunos de los que, de aquí a las elecciones, se enteren de que el último cambio político que suprimió el Senado en España fue el de la Segunda República en 1931.
En el mismo paquete electoral de cambios Rivera propone suprimir también diputaciones y CGPJ. Pues bien, ¿quién no se imagina a este líder socavando una Monarquía irrelevante, tal como hizo su muy mentado Suarez al oficiar el sepelio, no exento de tensiones, de los restos del franquismo?
Quizás lo haga en cuanto le convenga.
Y mientras, los peces del mar de sorpresa en sorpresa.
Domingo Sanz
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