Sr. Director:
Después de que el Papa Francisco afirmara que vacunarse contra el Covid es "un acto de amor", el Cardenal Cupich, arzobispo de Chicago, va más allá y afirma en un artículo publicado en el periódico de su archidiócesis que vacunarse es un "imperativo moral". Con la cuestión de la vacuna estamos llegando a extremos jamás antes imaginables. Miembros de la jerarquía de la Iglesia haciendo afirmaciones que se extralimitan; afirmaciones que van más allá de las competencias propias; afirmaciones que suponen una implicación en cuestiones científicas y que, por tanto, no pueden y ni deben pretender ser impuestas porque caen bajo el ámbito de la libertad.
Hay motivos y razones serias para discutir los beneficios y la eficacia de una mal llamada vacuna. Existen implicaciones que pertenecen a la libre discusión y que no pueden ser impuestas cuando razonablemente se mantienen opiniones distintas. Opiniones sobre la eficacia, sobre las alternativas (inmunidad de grupo), sobre los comprobados efectos adversos graves y que incluso pueden provocar la muerte. Más aún teniendo en cuenta el grado de letalidad del virus y el hecho de que existen tratamientos y otros modos alternativos de luchar contra él. Lo que hay que recordar tanto al Cardenal Cupich como a todos aquellos que se sirven de su cargo eclesiástico es que respetar la libertad de la persona sí es un imperativo moral. Los tratados internacionales así lo dicen con toda rotundidad. Y así lo ha reconocido también la Sagrada Congregación para la Fe. Lo que llama poderosamente la atención es que miembros de la jerarquía no defiendan esa libertad y ese derecho, así como otros muchos que se están conculcando con ocasión de una también mal llamada pandemia. Ni la gravedad del covid Servirse de la autoridad de sus cargos eclesiásticos para hacer ese tipo de afirmaciones sí es un claro ejemplo de ese denostado "clericalismo" tan denunciado últimamente. Hay motivos y razones serias para negarse a una terapia génica en fase de experimentación, que eso es lo que llaman vacuna, que puede causar graves daños e incluso la muerte. Hay razones y motivos serios para oponerse con toda legitimidad y al amparo del derecho y tratados internacionales a ponerse esa "vacuna". Es inaceptable el clericalismo de quienes pretenden servirse de su autoridad para tachar de inmorales a quienes rechazan la "vacuna". Si fuera un imperativo moral vacunarse, supondría que quienes no lo hacer están siendo contraviniendo gravemente el orden moral. Por ello sería comprensible exigir la vacuna para poder comulgar. ¿Habrá que señalar como pecadores públicos y negar la entrada a las iglesias a quienes no siguen ese "imperativo moral"?