Sr. Director:
Para bien o para mal, los golpes impactantes en el alma que vamos recibiendo a lo largo de la vida, siempre se quedan ahí, como dormidos, pero dispuestos a despertar en cualquier momento. A veces basta con una imagen perdida que se asoma entre otras muchas, un comentario superficial, una extraña asociación de ideas o una fecha... para que se reabra una herida que creíamos dulcemente cerrada. Hace ya 25 años de aquella terrible noche en que asesinaron a mi amiga Ascen y a su marido Alberto, y han pasado muchas cosas desde entonces. Muchas y ninguna; porque cuando nos topamos cada año con la triste efeméride de sus muertes, no parece haber transcurrido el tiempo.
Era humanamente previsible que con el paso de los años se fuera diluyendo la memoria de aquel crimen y hasta de ellos, entre la gente y en la ciudad; aunque nunca en sus familiares y amigos. Era humanamente previsible que todas aquellas solemnes apelaciones a la justicia y rotundas promesas de que sus asesinos se pudrirían en la cárcel... fueran olvidándose, y que finalmente tendríamos que soportar verlos libres y en la calle una vez cumplidas sus condenas. Pero, lo que no cabía prever es que los herederos de aquellos asesinos, que han seguido justificando todos sus crímenes, pese a no arrepentirse ni pedir perdón, y que han permanecido retadoramente arrogantes frente a las resignadas víctimas, iban a convertirse en estimables socios de todo un Gobierno de España. Esto no era previsible ni humano.