Sr. Director:
Hiroshima y Nagasaki fueron las paradas del viaje apostólico que el Papa Francisco ha estado realizando a Tailandia y Japón. La estatura dañada de la Virgen, rescatada de la catedral de Urakami, devastada en su día por la bomba atómica, nos recuerda el horror indescriptible sufrido en carne y hueso por las víctimas del bombardeo y sus familias; un lugar que nos hace profundamente conscientes del dolor que los seres humanos somos capaces de infligirnos unos a otros. Todavía hoy se sigue escuchando fuerte el grito de los que ya no están.
Esta fue una constante durante todo el viaje. Francisco ha querido ser la voz de los últimos, de las víctimas de los conflictos, de los excluidos y perseguidos todavía hoy; la voz de aquellos que no son escuchados y que miran con angustia las tensiones que atraviesan nuestro tiempo. Y en este contexto, ha hablado con toda claridad contra la carrera armamentística. Un mundo de paz, como nos ha recordado Francisco, libre de armas nucleares, es la aspiración de millones de hombres y mujeres en todas partes. Las doctrinas nucleares solo dejan un clima de miedo, desconfianza y hostilidad.